Regionalismo e integración
regional: una aproximación
teórica* Carlos Murillo Zamora**
LOS PROCESOS DE INTEGRACIÓN REGIONAL HAN MOSTRADO IMPORTANTES AVANCES TRAS EL FIN DE LA GUERRA FRÍA, LO QUE HA GENERADO NUMEROSOS ESTUDIOS DESDE UNA PERSPECTIVA PRÁCTICA. SIN EMBARGO, NO HA OCURRIDO LO MISMO CON LA TEORIZACIÓN DE LOS ELEMENTOS Y DINÁMICA QUE CARACTERIZAN LA CONSTRUCCIÓN DE REGIONES Y EL REGIONALISMO, QUE SON BÁSICOS PARA ENTENDER LA INTEGRACIÓN. A ELLO SE SUMA LA CUESTIÓN DEL VIEJO Y EL NUEVO REGIONALISMO, QUE SIGNIFICA UN IMPORTANTE AVANCE EN LA COMPRENSIÓN DE LOS FENÓMENOS QUE TIENEN LUGAR A INICIOS DEL SIGLO XXI.
PALABRAS CLAVES: INTEGRACION ECONOMICA; RELACIONES INTERNACIONALES; REGIONALISMO
KEY WORDS: ECONOMIC INTEGRATION; INTERNATIONAL RELATIONS; REGIONALISM
1La gran mayoría de las inves-tigaciones recientes sobre integra-ción regional se centran en el proce-so de consolidación de los esquemas integracionistas, por lo que se tiende a obviar los pilares que le sirven de base. Me refiero a
** Doctor en Gobierno y Políticas Públicas, Maestría en Relaciones Internacionales. Consultor interna-cional. Profesor universitario en la Universidad de Costa Rica, UCR, y en la Universidad Nacional, UNA.
Correo electrónico: camuza@gmail.com
Recibido: 29 de mayo del 2014.
Aceptado: 18 de agosto del 2014.
región, regionalismo y regionaliza-ción, cuya concepción ha mostrado algunos cambios tras el fin de la Guerra Fría, GF, y en el contexto de un mundo transformado con una nueva arquitectura sistémica. Por ello en este trabajo se pretende res-catar algunos aspectos de esos pila-res, para tener una visión panorámi-ca de la relevancia que tiene observar más allá de los procesos de integración.
Lo anterior adquiere mayor significado en el caso de Centroamé-rica por varias razones. Entre ellas el que la experiencia integracionista haya pasado por al menos tres fases (la integración económica con el modelo cepalino de sustitución de importaciones; las décadas de los setenta y los ochenta con una inter-
acción mínima de carácter comer-cial; y la del Sistema de la Integra-ción Centroamericana, SICA; la na-turaleza y dinámica del Istmo que constituye una especie de laborato-rio social que se mueve en la conti-nuidad-ruptura y unidad-diversidad; y los cambios en las relaciones interestatales tras los acuerdos de paz que pusieron fin a los conflictos civiles, junto con las relaciones extrarregionales.
La premisa base es que la so-lidez de los procesos de integración regional no deben observarse solo a través de los factores condicionantes y determinantes de ese fenómeno, sino en aquellos que sirven de base. Ello porque se requiere la existencia de una identidad regional, que resul-ta de la interacción mutua entre el nosotros y los otros; es decir, entre la población de cada uno de los paí-ses centroamericanos y las de otros países que perciban que se trata de una comunidad asentada en un es-pacio geográfico determinado.
Es necesario señalar que no se trata de un trabajo acabado, sino de una aproximación y sistematiza-ción de algunos elementos que con-duzcan a la construcción de conoci-miento sobre región, regionalismo y regionalización, a partir del cual comprender mejor el proceso inte-gracionista. Por consiguiente, en las próximas secciones se hace referen-cia a cada uno de esos temas y a algunos de los principales aspectos que los caracterizan, para tener una perspectiva general.
Región: el punto de partida
El de región no es un concep-to absoluto ni natural (Fawcett 1995: 10), a pesar de ser un término acu-ñado en el siglo XVIII (apareció en Europa) para designar una división física «natural» del planeta, por lo que tiene un origen y uso fundamen-talmente geográfico. Sin embargo, la utilización del término condujo a un énfasis que le otorgó el carácter de fenómeno social. Su conveniencia se deriva de la aceptación de percibirlo como un término con fluidez e inser-tado en contextos de grandes di-mensiones (Niemann 2000:11); aun-que en el lenguaje cotidiano no existe claridad en su definición y se limita a su dimensión estrictamente físico-geográfica.
Por ende, se trata de un cons-tructo social establecido a partir de una dimensión espacial, que identifi-ca una interacción humana en un espacio dado. En ese sentido, es un espacio social producto de la activi-dad humana que se expresa en un mundo físico; es decir, un escenario «natural», físico, concreto y delimita-do, en el que se manifiestan factores y hechos institucionales. Desde esta perspectiva, «El espacio es un con-tenedor universal de seres y cosas». En tal contenedor se desarrollan las acciones humanas, la historia y la dinámica social subyacente de todas las actividades (Niemann 2000: 65). Sin embargo, esta visión no ha cala-do mucho en Relaciones Internacio-nales, RI. Al respecto, no hay que olvidar que las teorías de Newton
sobre movimiento y espacio, que sustituyeron el concepto euclidiano de la representación mental del es-pacio, mantuvieron la separación aristotélica entre tiempo y espacio. Sería hasta la introducción de las ideas sobre el espacio relativo (Teo-ría de la Relatividad de Einstein) que la perspectiva cambia, llegándose a hablar de espacio-tiempo como un asunto combinado (Niemann 2000: 66). Pero esto aún no ha tenido un impacto profundo en las Cien-cias Sociales y muchos menos en los estudios sobre la integración regional.
Las definiciones de región son múltiples. Por ejemplo, J. Nye (citado Fawcett 1995: 11) la define como «un número limitado de Estados vinculados entre sí por una relación geográfica y por un grado de inter-dependencia mutua». Mientras que E. Manfield y H. Milner (1999: 590) consideran que es «un grupo de países localizado en la misma área geográficamente especificada». La cuestión es ¿qué es un área geográ-ficamente especificada? En principio, hace referencia a la estrecha proxi-midad física; pero existen múltiples ejemplos de tal vecindad, sin que pueda identificarse una región. Por eso es necesaria la existencia de algo más, lo que algunos autores (véase Mansfield & Milner 1999: 591) denominan una «identidad co-munal». Esto es lo que lleva a B. Hettne (1999: 1) a considerar que es «un grupo de países con un proyecto político más o menos compartido explícitamente» (cursiva agregada). Esto hace que se genere la identidad regional, producto del contexto histó-rico, del grado de homogeneidad política y económica, del orden de seguridad y de la capacidad para atender y resolver conflictos. Por lo tanto, se trata de una «comunidad imaginada» (Hettne 1999: 9); es decir, de un mundo creado por seres humanos que se manifiesta en el contexto de la relación agente-estructura (A-E).
Es necesario tener en cuenta que región es un espacio con carac-terísticas particulares que se dife-rencia del espacio estatal, sobre todo porque la región «implica la continuidad de un espacio físico dividido políticamente entre dos o más Estados» y, por lo tanto, consti-tuye una «identidad e intereses co-munes» con «distribución equilibrada de poder » (Remiro 1999: 12). Por consiguiente, es necesario entender que existe una estrecha relación Estado-región-internacional/global, que cada vez resulta más evidente bajo la nueva arquitectura del siste-ma mundial; solo así se puede lograr comprender la dinámica en que tiene lugar el regionalismo y la regionali-zación. Se puede pensar en lo re-gional como opuesto a lo internacio-nal/global, o en lo regional como un punto intermedio entre lo particular del Estado y lo general del nivel glo-bal. Depende de esta perspectiva que el regionalismo pueda entender-se como una tendencia a construir bloques que fraccionen el sistema internacional o como un proceso hacia el fortalecimiento de ese sis-tema. En este último sentido, se podría pensar en el subsistema re-
gional como parte del gran sistema internacional, desde el enfoque sis-témico. Por ende, hoy es necesario introducir un cuarto nivel en la con-cepción clásica de los niveles de análisis en RI, de forma que se re-conozcan: i) individual/local; ii) socie-tal/estatal; iii) regional; iv) internacio-nal/global. 2
Por lo anterior, el estableci-miento de una región no significa ni la desaparición de la unidad estatal –como ocurre con el Federalismo– ni una «feudalización» de la comunidad internacional. Lo que si implica es la existencia de una «conciencia regio-nal» y, por supuesto, de una «identi-dad regional». La primera es «una percepción compartida de pertenen-cia a una comunidad particular que puede descansar en factores inter-nos, y a menudo definida en térmi-nos de cultura común, historia o tradiciones religiosas» (Hurrel 1995b: 41).1
Según W. Thompson (1973: 101), desde una perspectiva sistémi-ca, las condiciones necesarias y suficientes para que exista una re-gión son:
Si se tienen en cuenta esos aspectos, se llega a la cuestión de la «identidad regional», que para auto-
res como A. Hurrel (1995b: 41) es un término impreciso y confuso. Esta debilidad conceptual se subsana cuando se observa como resultado del producto de una construcción humana. El ser humano requiere expresarse, individual o colectiva-mente, en una dimensión espacial y sobre esta puede construir su identi-dad. De ahí que la región sea uno de esos espacios que sirven para cons-truir identidades políticas, adiciona-les a las estatales, en una esfera global. Por lo tanto, se identifican dos dinámicas de las regiones: una es la física (geográfica, estratégica y geopolítica) y la otra es la funcional (económica, ambiental y cultural) que hacen necesario considerar las interacciones entre regiones y su-bregionales, aunque siga predomi-nando la visión estato-céntrica (Väyrynen 2003: 26).2 3
Lo anterior es válido porque el espacio social es el resultado de la actividad social, pues «el espacio no precede a la experiencia humana» (Niemann 2000: 69). Por supuesto, no está construido en el vacío, sino sobre el mundo físico, como se anotó. Así el espacio físico impone limitaciones espaciales y temporales
a los productos humanos; es decir, repercute en las prácticas sociales. Esto hace que «el espacio social sea alterado si las fuerzas sociales que experimenta, como una limitante, alcanzan suficiente peso. Pero la alteración será en sí misma un obs-táculo adicional a la acción social en el futuro» (Niemann 2000: 69). Es decir, el espacio social no es inmu-table; pero no es fácil de modificar, porque «las relaciones sociales que conducen a sus construcciones es-tán llenas de contradicciones y la naturaleza contradictoria de su pro-ducción ayuda a su persistencia, creando la ilusión de inmutabilidad» (Niemann 2000: 71-2).
Desde la perspectiva de los niveles de análisis en RI, el nivel global es construido a partir de los Estados, pero no le es reconocida identidad propia, ni se le ubica en un espacio determinado, en gran medi-da por el predominio del paradigma realista y la idea de un actor unitario dominado por la idea de la auto-ayuda. Sin embargo, se ha olvidado, en la mayoría de los casos, que el Estado no es el único espacio de acción política en la historia. Incluso se ha llegado a concebir, con tesis como la del «fin de la historia» o como la versión del desarrollo insti-tucional/espacial en el sistema mun-dial, como la máxima y última expre-sión de la creación humana. Esto deja de lado el hecho que el Estado ha cambiado en los últimos 400 años.
Ahora bien, para entender y explicar el regionalismo –véase la
sección siguiente– y los otros fenó-menos derivados del escenario re-gional es necesario reconocer que el Estado tiene una dimensión espacial y que esta ha sido creada por la actividad estatal misma. Ese espacio no es estático ni dado, sino dinámico porque es en gran medida construi-do por la acción social, por lo menos en uno de los vértices de la trilogía de Lefebvre.34 Por ello, «el Estado, lejos de ser un contenedor sin di-mensión temporal, es un espacio producido, históricamente contingen-te e insertado como una de muchas capas en un espacio global que ha emergido desde el lejano siglo XVI» (Niemann 2000: 68).
Pero no hay que olvidar, como advierte R. Väyrynen (2003: 25) que tras el fin de la GF y los cambios en el sistema internacional, incluido lo relativo a la aceleración del proceso de globalización, la noción de región llegó a ser considerada una «idea
vacía», pues se comenzó a redefinir las relaciones estructurales y agen-tativas entre los contextos interna-cional/global, regional y domésti-co/nacional. Por consiguiente, las imágenes de la región, basadas en concepciones metageográficas del mundo, perdieron vigencia en la medida que fueron construidas sobre «unidades continentales estáticas» y llegaron a «desaparecer y reapare-cer conforme son transformadas por varios factores económicos, políticos y culturales» (Väyrynen 2003: 25). Ello en claro contraste con el esce-nario que dominó las interacciones durante la segunda mitad del siglo XX. Ello replanteó muchas de las premisas del regionalismo, a lo que me refiero en la siguiente sección.
En definitiva, la región consti-tuye una dimensión espacial en el contexto de las relaciones interna-cionales (ri),4 que ha adquirido una identidad propia y constituye el es-cenario del regionalismo y de la cooperación regional. Sin esta capa no tendría sentido, ni podrían enten-derse esos otros fenómenos; como tampoco tendría lógica alguna el interés de las unidades estatales por la integración regional. Por eso en la próxima sección abordo la cuestión del regionalismo.
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concibe el espacio en un contexto dado. Mientras que el tercero corresponde al espacio de la acción diaria, el espacio de los habitantes y los usuarios.
4. Cuando hago referencia a Relaciones Internacionales como disciplina uso la si-gla RI; cuando se trata del campo objeto de estudio o las relaciones internacionales entonces la sigla es ri.
Regionalismo: un concepto
dinámico
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El regionalismo es un fenó-meno global, que posee característi-cas propias en cada región, lo que permite a los agentes expresar su identidad e intereses, en una dimen-sión conocida. Incluso este ha sido uno de los principales obstáculos que enfrentan los teóricos de RI para formular una teoría, o aún un marco teórico, aplicable a todas las regio-nes y esquemas de integración. El regionalismo depende del contexto y de la relación A-E. Así es posible
encontrar épocas en donde un ámbi-to o esfera predomina, sin que desaparezcan los otros. Tras el fin de la GF en gran medida lo que do-minó la dinámica regional/global fue lo económico. En gran parte esto es lo que dificultó, en la década de los noventa y el primer quinquenio de este siglo el consenso en torno a una definición de regionalismo, por lo cual, aún hoy, persisten distintos puntos de vista, según sea la escue-la de pensamiento de referencia.
Hay que tener en cuenta que el regionalismo no es un fenómeno reciente. Empezó en la segunda mitad del siglo XIX y fue un evento esencialmente europeo. A ello con-tribuyó una extensa red de acuerdos comerciales, vinculados en la mayo-ría de los casos por la cláusula de la nación más favorecida Ese impulso fue interrumpido, principalmente, por la I Guerra Mundial. Sin embargo, tras ese conflicto surgió una segun-da onda de regionalismo, pero más discriminatorio (Mansfield & Milner 1999: 596). Es en la segunda mitad del siglo XX que adquirió preponde-rancia.5 Según S. Pan (1997: 1) tras la pos-Guerra Fría es que se con-vierte en un elemento clave del sis-tema internacional; aunque condi-cionado en buena medida por las interacciones entre los tres grandes bloques comerciales: Unión Euro-pea, UE, Área de Libre Comercio de Norteamérica, NAFTA, por sus siglas en inglés, y Asia Oriental (Sohn 2004: 501). No obstante, aún se requiere un análisis empírico y una concepción teórica para poder res-ponder a cuestionamientos acerca
de la tendencia del regionalismo y las oportunidades y restricciones que ofrece al desarrollo nacional e inter-nacional. Por ello se considera que el estudio del regionalismo es parte de una renovación metodológica, que busca explicar los fenómenos no solo como dados, sino como produc-tos de una construcción social, que incluya también la noción de región (Väyrynen 2003; 26).
Por consiguiente, el regiona-lismo es concebido como un fenó-meno multidimensional y multitemá-tico. Puede ser visto como parte de una estrategia respecto al asunto de lealtades entre centros de poder (Taylor 1993: 7). Por lo tanto, resulta un concepto complejo, polisémico y con definiciones contrastantes que responden a distintos criterios; por eso se señala como un término di-námico, sobre todo en las últimas décadas. Frente a ello aparecen el sectorialismo y el multilateralismo como alternativas teóricas y prácti-cas al regionalismo (Taylor 1993: 8).
Para M. Alagappa (1995: 362) el regionalismo es «la cooperación entre gobiernos u organizaciones no gubernamentales en tres o más paí-ses geográficamente próximos e interdependientes para procurar ganancias mutuas en una o más áreas temáticas». Esto hace que los elementos claves para el reconoci-miento del regionalismo sean: (i) cooperación para ganancias mutuas; (ii) proximidad geográfica; (iii) inter-dependencia de los participantes; (iv) mínimo de tres miembros; y (v) no limitación en términos de áreas temáticas (Alagappa 1995: 362). En este aporte resulta interesante el reconocimiento del rol de los agen-tes no estatales en la dinámica re-gional, pues reitera el hecho que la región es una estructura distinta a la dimensión estatal, que a través de la praxis adquiere identidad e intereses propios, que pueden ser –aunque no necesariamente lo sean– distintos a los de los Estados que forman parte de la «comunidad imaginada». Por otra parte, G. Evans y J. Newnhan (1998: 474) conciben el regionalismo como «un complejo de actitudes, lealtades e ideas que concentran los razonamientos individuales y colecti-vos de la población acerca de lo que ellos perciben como región».
Ambas definiciones conllevan la idea de la existencia de un «con-cierto de Estados» que implica me-tas y políticas comunes, pero en el que cada miembro tiene capacidad para buscar sus propios intereses específicos, al mismo tiempo que se reemplaza el rol de un hegemón regional (cfr. Väyrynen 2003; 29). Aunque, sin duda, distintas escuelas de pensamiento llegan a conclusio-nes distintas respecto a la viabilidad y efectividad de esos conciertos u órdenes regionales. Ello resulta de las características particulares de cada región y de cada esquema de regionalismo.
Ahora bien, de las anteriores definiciones se deduce que el regio-nalismo sin un componente específi-co llega a ser difuso y de compleja administración, y se acercaría más a otras formas cooperativas de organi-
zación no globales (Hurrel 1995a: 333). Por eso la idea de un «regiona-lismo abierto», en principio, resulta contradictoria, y responde más a esquemas de simple cooperación intergubernamental o interestatal.66
Ello es importante, porque el regio-nalismo lleva implícito grados de cohesividad social (etnia, raza, len-guaje, religión, cultura, historia, conciencia de herencia común), económica (modelos comerciales, complementariedad económica), política (tipo de régimen, ideología) y organizacional (existencia de institu-ciones regionales formales) (Hurrel 1995b: 38) –ver tabla 1–. En ese sentido se trata de un proceso que tiene lugar en una dimensión espa-cial definida –región–, que A. Hurrel denomina la «nave regional». Por ello, se reitera una vez más, que la proximidad geográfica es clave en este fenómeno (Bhalla & Bhalla 1997: 19).
Ahora bien, como es un pro-ceso7 y no un hecho, es posible ha-
cer referencia a grados de regionali-dad (Hettne 1999: 10-1), tales como:
TABLA 1
FACTORES CONDICIONANTES DEL REGIONALISMO
Y LA INTEGRACIÓN
Factores |
Impacto positivo |
Impacto negativo |
Experiencia histórica Relaciones internas Relaciones externas |
Cohesión social Vínculos coloniales |
Racial, religiosa, división de clases Colonialismo japonés, comu-nismo chino |
Conectividad cultural Lenguaje Religión |
Comunicación, entendimiento Confucionismo y Budismo |
División |
Dimensión geográfica Carácter espacial Conectividad |
Ultramar china, japonesa y coreana Regiones fronterizas |
Problemas de inmigración Disputas |
Continuidad política Tipos de regímenes Política comercial, monetaria, comercial Preocupaciones de seguridad |
Compromiso flexible Estabilidad Paz y prosperidad |
China – Estados Unidos Estados Unidos – Japón Taiwán, Península coreana, Rusia-Japón, Mar de China |
Interacciones económicas Comercio Estándar de vida Flujos de mano de obra Inversión Finanzas Tecnología Energía y recursos |
Vínculos laborales, tecnológi-cos y de mercado Crecimiento Mano de obra calificada y no calificada Cruces económicos, división del trabajo Fondos, zona monetaria Derrame (spillover) Bajo costo |
Protección Restricción competitiva Nuevos inmigrantes Capital volátil Fluctuación Barreras Ineficiencia, daño ambiental |
Fuente: Murillo 2002: 154.
Esta categorización evidencia la gradualidad del proceso a través de una transición de la heterogenei-dad de las unidades estatales en un espacio geográfico determinado, a la homogeneidad propia de las comu-nidades construidas en una dimen-sión espacial más amplia; pero dis-tinta a la de las partes que la componen. Por lo que ocurre «la eliminación de extremos, en térmi-nos de cultura, seguridad, políticas económicas y sistema político» (Hettne 1999: 14).
La cuestión a este nivel es ¿con qué intención los Estados (ac-tores unitarios y soberanos) deciden ingresar a un proceso de regionali-zación? Según M. Alagappa (1995: 364) ello ocurre porque el regiona-lismo tiene una naturaleza, fortaleza y características que contribuye a la administración del conflicto, facilitan-do la cooperación entre las partes, puesto que «tiene el potencial de facilitar las comunicaciones y la so-cialización, información compartida, incremento en el conocimiento con-sensual y la acción colectiva». Es decir, permite a los Estados alcanzar el interés nacional a través de me-dios adicionales a los que posee en su condición de agente del sistema internacional. Esto se evidencia en el caso de Centroamérica, no solo en la teoría, sino con pruebas empíricas de un proceso de conocimiento con-sensual entre las instancias policia-les y de seguridad, estableciendo, por ejemplo, mecanismos de consul-ta para trabajo de inteligencia y coordinación de acciones. Situacio-nes como esta es lo que permite afirmar que:
En teoría, a causa del poten-cial del regionalismo para faci-litar las comunicaciones y la socialización, compartir infor-mación, incrementar el cono-cimiento consensual, incre-mentar el poder a través del fondo común de recursos y la acción colectiva, las organiza-ciones regionales serán capa-ces de aprovecharse de una o más de las siguientes estrate-gias: distensión, construcción comunitaria, disuasión, no-intervención, aislamiento, in-termediación, intervención e internacionalización. Las es-trategias de distensión pueden incrementar la transparencia, reducir la incertidumbre, limi-tar y regular la competencia y así ayudar a construir confian-za y evitar rupturas no previs-tas y la escalada de las hosti-lidades (Alagappa 1995: 369).
Otro aspecto del regionalismo es la regionalización, que consiste en el proceso de incrementar la «re-gionalidad», por lo que se puede hablar de un grado de regionalidad. Esta implica un proceso políticamen-te definido, que «es un resultado histórico de los intentos para encon-trar un nivel transnacional de gober-nabilidad que reforce ciertos valores compartidos y minimice algunas percepciones compartidas de peli-gro» (Hettne 1999: 9). En ese senti-do, agrega el mismo B. Hettne (1999: 14), constituye «un complejo
proceso de cambio teniendo lugar simultáneamente en muchos niveles: la estructura del sistema mundial como un conjunto, el nivel de las relaciones interregionales, también como el modelo interno de la región individual...» Esto incluye una referencia a la región, las naciones, las microrregiones subnacionales y transnacionales.
Por consiguiente, cuando se habla de regionalización se alude a la perspectiva externa de la región y el regionalismo, lo cual no significa que no exista la contraparte interna. En ese sentido la regionalización está vinculada a los cambios en el sistema internacional, por lo que generalmente se identifican dos pos-turas: i) como componente y proceso complementario de la dinámica glo-bal; y ii) como tendencia contraria a la globalización (Morales 2007; 66). En alguna medida la regionalización resulta de esas dos posturas, por cuanto –como señalé en el caso de los niveles de análisis– la dimensión regional media, bajo la nueva arqui-tectura sistémica, entre las agencias estatales en una región y el ámbito internacional/global; de ahí que la dinámica que tiene lugar en ese escenario regional interactúa entre una tendencia a la fragmentación del sistema, al mismo tiempo que a una mayor integración de los Estados en el concierto mundial (conformado por agentes estatales y no estatales). Sin embargo, como resume M. Mo-rales (2007) no existe consenso entre los especialistas en la materia acerca de cómo percibir el regiona-lismo y la regionalización; por lo que muchas veces se intenta explicar la cuestión desde una perspectiva es-trictamente economicista y comer-cial, y no como el resultado de una construcción social. Ello lo resume U. Pipitone (citado Morales 2007: 67) en los siguientes términos:
…la regionalización se visuali-za como un proceso comple-mentario, o al menos paralelo, al proceso de globalización y que posee una contraparte expresada a través de un pro-yecto político denominado re-gionalismo o integración re-gional, la cual surge como una posibilidad de hacer frente a los problemas globales y tam-bién posibilita un mayor nivel de coordinación y formulación de objetivos comunes entre grandes áreas.
Ello permite reconocer que en el marco del regionalismo, el Estado adquiere compromisos que tienen consecuencias sobre las estructuras domésticas, aun cuando las instan-cias locales no tengan participación en la toma de decisiones. Sin em-bargo, las manifestaciones no son las mismas en cada región. E incluso no depende del nivel institucional que adquiera el esquema regional, pues en el modelo de bajo perfil institucional y bajo grado de legali-zación aplicado en Asia también se identifican este tipo de repercusiones (Cfr. Aldecoa & Cornago 1998: 101-2).
Este fenómeno ha sido estu-diado con mayor profundidad por el
neofuncionalismo, a diferencia de otras escuelas, que no le otorgan gran importancia. 8Muchos de los neofuncionalistas concluyen que los flujos en el plano regional inciden en las preferencias de los actores do-mésticos, conduciéndolos a variar sus criterios sobre la profundización de la integración. Así determinan por qué las estrategias regionales son seleccionadas y sus probables con-secuencias económicas (Mansfield & Milner 1999: 602). Por ejemplo, G.
Grossman y E. Helpman (citados Mansfield & Milner 1999: 603) ad-vierten que las decisiones de un país en torno a los esquemas regionales dependen de cuanta influencia ejer-zan los distintos grupos de interés y cuánto el gobierno esté preocupado por el bienestar de la ciudadanía, particularmente el electorado. Inclu-so dependiendo de las exclusiones que el gobierno haga puede lograr el apoyo de ciertos grupos domésticos. Lo cual explica por qué los Acuerdos Comerciales Preferenciales, ACP, y aún los Acuerdos de Integración Regional, AIR, excluyen industrias políticamente sensitivas.
Sin embargo, los neofunciona-listas, como se observará más ade-lante, privilegian en su análisis cier-tos elementos, pero no llegan a reconocer que forma parte de una dinámica global construida por la interacción social e inserta entre las dimensiones estatal y global.9 Esta última es en donde tienen lugar fe-nómenos como «la disposición a cooperar con el más alto número de Estados que acepten unas mismas reglas» (Remiro 1999: 14).10 Este tema es relevante porque al tratar de establecer esa relación es posible preguntarse "¿cómo la posibilidad de crear un bloque regional afecta la conducta de las negociaciones multi-laterales dirigidas a alcanzar el libre comercio?" (Winters 1996: 25).
Tal tipo de cuestiones introdu-ce un cambio importante en los mo-delos de integración predominantes en la mayor parte de la segunda mitad del siglo XX, pues en el pasa-
do el propósito estaba condicionado simplemente por la maximización del bienestar/utilidad que genera la inte-gración regional; y hoy hay un mayor número de consideraciones econó-micas (Winters 1996: 27) y políticas. El problema, como se ha advertido, es que, con excepción de la UE, no hay un modelo con suficiente impac-to y duración para medir las conse-cuencias que tienen los bloques regionales sobre el sistema de co-mercio mundial, por lo que el mismo A. Winters (1996: 45) señala que «quizás la única lección ambigua es que la creación de un bloque regio-nal no necesariamente conduce al inmediato fracaso del sistema co-mercial». Además, es necesario considerar la posición de los países excluidos de los bloques, muchos de esos actores buscarán impulsar las liberalizaciones multilaterales, princi-palmente en el caso de las superpo-tencias comerciales. Por consiguien-te, como señala S. Pan (1997: 21):
El regionalismo no puede ni podrá ser concebido solo ba-sado en simples modelos económicos de los textos que han dejado muchas cosas sin considerar. Lo político como el desarrollo institucional [...] son un ingrediente clave en él y de cualquier manera deberá ser analizado y medido. Funda-mentalmente, uno tiene que entender que la política se mueve más allá de su base parroquial, una nación, hacia una internacional, una región, es “cualquier cosa, pero es un progreso.
Por lo tanto se necesita en-tender algunos hechos claves. El primero, es que se trata de un pro-ceso que permite enfrentar en forma colectiva los eventos surgidos de una relación de interdependencia, que a la vez permite construir enten-dimientos mutuos, vínculos comunes en cuanto a intereses y obligaciones de los agentes. De ahí, que la sus-cripción de un acuerdo regional sig-nifica un cambio en la percepción mutua, lo que ayudará a ensanchar y profundizar el espacio político de cooperación entre los países.
El segundo elemento es que tales esquemas regionales adoptan reglas, implícitas y explícitas, para regular las conductas de los partici-pantes; por lo que la soberanía de las unidades estatales será desafia-da por las acciones y la agenda de los agentes regionales. Y, además, los contactos y canales de comuni-cación establecidos ensanchan los entendimientos mutuos y conducen a que los efectos de la socialización repercutan en la convergencia de intereses e identidad entre los distin-tos actores societales y grupos cultu-rales. Esto lleva a S. Pan (1997: 22) a concluir que «el interés regional emerge para reemplazar el nacio-nal", por lo que "en el largo plazo el regionalismo minará el naciona-lismo y pavimentará el camino para una sociedad verdaderamente globalizada».
Un argumento que genera po-lémica, pues desde la perspectiva del paradigma realista no tiene sen-tido que el «Estado unitario y sobe-
rano»,119caracterizado por la visión de agente westfaliano, adopte una ruta que conduzca a su auto-destrucción. Este enfoque aporta algunos elementos interesantes, por que la decisión para ingresar a un ACP es hecha por los tomadores de decisiones y por pequeñas élites. Por consiguiente, tanto sus prefe-rencias y expectativas como la natu-raleza de las instituciones políticas condicionan la decisión de los acto-res societales e influyen sobre la política comercial y económica. A ello se suma el hecho que Estados elijan incorporarse en iniciativas comerciales regionales multilaterales (Mansfield & Milner 1999: 604; cfr. Sohn 2004). Es decir, contribuir al
establecimiento de una «comunidad regional» constituida por varios es-quemas de integración regional, cuyas esferas de acción estén traslapadas.
Incluso los gobiernos que en-cuentren oposición doméstica a re-formas internas –necesarias para participar en el esquema regional–, pueden ingresar a un acuerdo regio-nal para presionar a los grupos de interés a aceptar tales reformas. Como también pueden hacerlo para evitar ciertas reformas e impedir la competencia de terceros países. Asimismo, ocurre que el ingreso a un esquema regional obligue a los go-biernos a adoptar ciertas medidas para completar los requisitos de ingreso. Lo cual resulta típico de la más reciente onda de regionalismo, que definitivamente ha contribuido a la apertura comercial y la coopera-ción política. De ahí la importancia de observar cómo la interacción entre los distintos factores inciden en sí los Estados ingresan en un acuer-do regional, cuándo lo hacen y en las consecuencias políticas y eco-nómicas de hacerlo en determinada forma (Mansfield & Milner 1999: 606-7).
Que la similitud de institucio-nes políticas de los Estados partes influye en la decisión de ingresar al acuerdo regional, tanto a un ACP como un AIR, y en la eficacia del esquema una vez establecido (Mansfield & Milner 1999: 607). Ello porque el lograr un conocimiento consensual resulta más fácil por la existencia de procesos, sobre todo
de toma de decisiones, similares. Se parte de la idea de una región como un área con homogeneidad institu-cional, sobre todo política y econó-mica. Mientras que con diferencias institucionales muy pronunciadas, los impedimentos para establecer el esquema regional son mayores. Sin embargo, no se ha profundizado acerca de cuánta homogeneidad es necesaria para el establecimiento de un acuerdo regional. En el caso de Centroamérica, esto último se aplicó a Panamá mientras tuvo una condi-ción de miembro no pleno del SICA, pues durante muchos años el go-bierno insistió en la dificultad para ingresar en el Mercado Común Cen-troamericano, MCCA, por las dife-rencias en la estructura económica panameña con el resto de la región. En buena medida esa situación se superó con la suscripción del Acuer-do de Asociación Unión Europea-Centroamérica.
La decisión también se fun-damenta en el poder1210y en las rela-ciones de seguridad que mantenga el Estado; así como en el rol de las instituciones multilaterales que inci-den en el esquema regional; es de-cir, en la identidad y la posición en la relación A-E. Por supuesto, hay que
considerar la presencia de hegemo-nes, aun cuando no participen en el acuerdo. Por eso se estima que el interés de los Estados Unidos por impulsar tales acuerdos se han in-crementado con el debilitamiento de su hegemonía económica y política, al considerar que tales arreglos le permitirán mantener el control sobre la economía internacional (Mansfield & Milner 1999: 608-9).
Asimismo, se considera esen-cial la relación entre los efectos co-merciales y el poder político militar de los Estados. Según J. Gowa (ci-tada Mansfield & Milner 1999: 610) el libre comercio incide en el creci-miento del ingreso nacional, lo cual a su vez afecta la capacidad político-militar del Estado. Por eso las exter-nalidades de seguridad son funda-mentales, y un Estado que comercia más libremente con sus aliados polí-tico-militares puede lograr un mayor control de ellas. Así los acuerdos regionales, y especialmente los ACP –son el punto de partida–, es más probable que ocurran entre aliados; ello porque a mayor integración en-tre los aliados, mayor capacidad político-militar y disminución de los riesgos políticos. Incluso, es proba-ble que «los aliados puedan estar más dispuestos a formar un ACP que desvían el comercio de los ad-versarios que son dejados de lado del acuerdo, si ellos anticipan que hacerlo así impondrá un mayor daño económico a sus enemigos que a ellos mismos» (Mansfield & Milner 1999: 610). Lo cual está relacionado con el aprendizaje y la socialización, que resulta más fácil cuando las
creencias y, en general, la cultura convergen.
De igual manera se produce el fenómeno de la interdependencia, porque los acuerdos regionales afec-tan las relaciones de poder en térmi-nos de la dependencia económica de los miembros. Ello lleva a J. Grieco (citado Mansfield & Milner 1999: 611) a señalar que la amplia-ción de los acuerdos regionales ha sido influenciada por las relaciones de poder, lo cual se observa en ca-sos en donde los Estados más débi-les son quienes mayor oposición han mostrado al establecimiento de es-quemas regionales, temiendo que su ingreso mine su seguridad ante el poderío de los más fuertes. Pero también cabe señalar que las institu-ciones regionales contribuyen a la estabilidad y a limitar la habilidad de las partes para ejercer el poder. Efectivamente el ingreso de un Es-tado a un esquema regional lo obliga a modificar su conducta para adap-tarla a las disposiciones del acuerdo y a los compromisos que asume en la búsqueda de expectativas comu-nes. Por eso, el Estado tiene que ceder en otras preferencias para lograr sus intereses colocados en un esquema regional. En esa medida incide en las interacciones, espe-cialmente en términos de relaciones de poder, entre los participantes.
Antes de observar la evolución del regionalismo, resulta conveniente reconocer, como se mencionó tan-gencialmente antes, que entre las motivaciones de los Estados para insertarse en una comunidad imagi-nada está la búsqueda de mecanis-mos para resolver y prevenir los conflictos, lo cual contribuye a facili-tar o incluso a hacer viable la coope-ración regional, sobre todo en com-paración con el fenómeno de la cooperación internacional. Téngase en cuenta que la cooperación regional:
…es el resultado de un acuer-do entre Estados para alcan-zar sus intereses a través de políticas regionales, a menudo con una organización regional. El tipo de organización creada para la cooperación regional dependerá en parte de los in-tereses que los países regio-nales tengan en común, y las actividades ejecutadas por la organización dependerán de estos intereses. Finalmente, el éxito de la cooperación regio-nal estará determinada por la habilidad de la organización para satisfacer aquellos in-tereses para cada Estado miembro mejor que lo que ellos pueden satisfacerlos por otros medios (Axline 1993b: 27).
Definitivamente el regionalis-mo es un hecho institucional comple-jo, construido a través de múltiples interacciones entre agentes estata-les y no estatales, que resulta en una estructura que condicionará en el futuro la acción social de los acto-res que directa o indirectamente participaron en la construcción. A ello se suma la cuestión de la regio-nalización, con predominio de la
perspectiva externa sobre la región y el regionalismo.
Viejo y nuevo regionalismo
Definitivamente, el sistema in-ternacional enfrenta una nueva si-tuación tras el fin de la GF. Quizás en donde se observa con mayor profundidad este fenómeno es en el caso de los países en desarrollo y en el reacomodo de fuerzas entre las grandes potencias. Para esos países los cambios de la década de los noventa constituyeron un punto de cambio (turning point) en la coopera-ción regional (Axline 1993a: 1); a ello se suma, como se ha señalado, el cambio en la arquitectura global. Por eso es que muchos hablan de un «viejo» y un «nuevo» regionalismo, lo que no quiere decir que se hayan sustituido los elementos y aspectos condicionantes del regionalismo, sino que se han replanteado las interacciones entre agentes en el nuevo escenario del siglo XXI. Inclu-so el «viejo» regionalismo no fue un periodo único, sino una serie de etapas.
También es necesario recor-dar, como anota R. Väyrynen (20003: 39) que la dinámica regional resulta de dos dimensiones: cambios en lo interno, sobre todo en los pro-cesos y la vinculación entre ámbitos de acción; y variaciones en las fron-teras externas de la región, al incor-porarse agentes estatales que en el pasado no les consideraba parte de la región. Tampoco hay que olvidar las variaciones en los marcos nor-mativos e institucionales que se pro-dujeron en la pasada década en prácticamente todas las regiones y esquemas de integración regional. A ello se suma la creciente participa-ción y espacio de maniobra de los actores estatales. De ahí que T. Shaw, J. Grant, and S. Cornelissen (2012: 5) señalen que el «nuevo regionalismo» percibe el regionalis-mo como un fenómeno más multifa-cético y comprehensivo, pues reco-noce el rol de los agentes estatales y no estatales, al igual que interaccio-nes políticas, económicas, estratégi-cas, sociales, demográficas y ecoló-gicas; por lo tanto, no se trata de esquemas limitados a lo económico y comercial, en los cuales la región era concebida como un simple con-tenedor espacial para delimitar vin-culaciones económicas diferencia-das entre los miembros del proceso y los ubicados extrarregionalmente.
El «nuevo regionalismo» no significa una ruptura con el pasado, sino una respuesta práctica y analíti-ca a los nuevos retos y desafíos que presenta el sistema internacional para los Estados y para los esque-mas integracionistas. En buena me-dida ello hace necesario buscar alternativas a las dinámicas tradicio-nales y formas cooperativas capaces de responder a las necesidades e intereses de múltiples actores.
Al respecto, A. Axline (1993a: 2-4) señala que la evolución de esa cooperación ha pasado por cuatro periodos más o menos definidos, que responden a cambios en el pen-samiento y práctica de las acciones
de los países en desarrollo, PED. La primera cubre las décadas de los cincuenta y sesenta, en donde el polo de referencia fue la Comunidad Europea. Consistió en un esfuerzo por transferir a los PED los intentos de liberalización comercial aplicados en las economías industrializadas. Mientras que la teoría utilizada fue derivada de la teoría tradicional de la unión aduanera. La segunda gene-ración corresponde a un avance en el modelo teórico utilizado para ex-plicar el fenómeno, que está vincula-do con los enfoques estructuralistas que dominaron el pensamiento sobre desarrollo, sobre todo en América Latina. Así la dinámica a partir de los esfuerzos integracionistas no solo responde al objetivo de la industriali-zación, sino a los cambios económi-cos y a la nueva visión sobre el desarrollo. En este cambio jugó un papel clave la difusión de la razón de la integración económica a través de la sustitución de importaciones, im-pulsada por las Comisiones Econó-micas de la Organización de Nacio-nes Unidas, ONU (CEPAL, CEPA). Para A. Axline (1993a: 3):
El enfoque teórico de la cooperación regional había claramente cambiado de uno centrado en la integración económica como un medio pa-ra promover el comercio como un ‘motor del crecimiento’ a uno de integración económica como un medio de industriali-zación para el desarrollo eco-nómico. El enfoque sobre desarrollo también había cambiado de un énfasis sobre las factores nacionales que li-mitan el crecimiento económi-co a una preocupación con la posición de los países en desarrollo en la economía mundial como un obstáculo para el desarrollo.
La tercera generación resulta de las críticas de los teóricos de la dependencia, quienes señalaron que los beneficios del esquema comer-cial se concentraban en los países ya más privilegiados de la región. Desde esa perspectiva, la coopera-ción regional responde a un rango de áreas que incluyen asuntos co-merciales, de asistencia, políticos y de seguridad, que en su conjunto constituyen el ámbito de acción del regionalismo. Por consiguiente, se propuso el establecimiento de insti-tuciones regionales que respondie-ran a las nuevas necesidades perci-bidas. Esto otorgó una mayor preponderancia al enfoque de eco-nomía política y al contexto global como parte de la cooperación regional.
El cuarto periodo tiene lugar durante los años ochenta y principios de la década siguiente y responde a dos tendencias: (i) un movimiento regresivo a la liberalización comer-cial, que incorpora una base de acuerdos bilaterales traslapados; y (ii) la cooperación específica sobre programas individuales entre varios países o grupos de países.
Mientras que E. Mansfield y H. Milner (1999: 597ss) precisan un poco más, al señalar que el regiona-
lismo del periodo 1920-1939 es atri-buido a la inestabilidad de los Esta-dos, lo cual impedía alcanzar solu-ciones multilaterales. Ello condujo a una mayor integración sobre una base regional y a la liberalización comercial sobre esa misma base. Lo que diferenció a este regionalismo del precedente fue el contexto políti-co en el que tuvo lugar. Mientras que el regionalismo de la II Posguerra mostró una mayor concentración del comercio sobre una base regional por un mayor número de ACP y de AIR. Sin embargo, los efectos de esos acuerdos fueron distintos; aun-que no se puede negar su incidencia en el volumen del comercio en todas las regiones.
En la década de los noventa ha habido un mayor auge de tales acuerdos y hoy más del 50% del comercio mundial opera bajo algún tipo de ACP. Así se identifican dos fases en la posguerra: (i) 1950-1970, caracterizada por el establecimiento de grandes esquemas regionales, que respondieron a la GF y el proce-so de descolonización; y (ii) una ola a partir del final de la GF, en donde los ACP tuvieron más auge, caracte-rizada por altos niveles de interde-pendencia económica, mayor dispo-sición de las potencias económicas a mediar en disputas comerciales y esquemas multilaterales que organi-zan las relaciones comerciales. Al mismo tiempo que ello fue la res-puesta al empoderamiento de la ciudadanía, la mayor presencia de las empresas privadas, los sectores informales y los actores ilegales (particularmente grupos del crimen transnacional organizado) que se desplazan a través de las fronteras estatales y regionales (cfr. Shaw, Grant, & Cornelissen 2012: 6).
Sobre lo que no existe clari-dad es en el hito o punto de referen-cia para determinar la existencia de un «nuevo regionalismo». Autores como A. Bhalla y P. Bhalla (1997: 17-8) advierten que el regionalismo de los años 1980 y 1990 difiere del «viejo regionalismo» porque las agrupaciones regionales iniciales fueron creadas por Estados con fases de desarrollo incipientes, por lo que percibieron en la integración la oportunidad de promover una rápida industrialización a través de las eco-nomías de escala y la estrategia de sustitución de importaciones. De ahí que «las agrupaciones regionales fueron inevitablemente formuladas en el marco de la planificación eco-nómica y la regulación gubernamen-tal». Mientras que las nuevas agru-paciones se ubican bajo el «paradigma de la liberalización eco-nómica» y la apertura de mercados; a lo cual es necesario agregar los otros ámbitos de acción que hoy forman parte de la agenda integra-cionista. Por lo tanto, «la nueva onda del regionalismo está siendo vista menos en términos de ganancias de la creación/desviación del comercio y más en términos de economías de escala, diferencia de productos, ga-nancias eficientes y coordinación de políticas» (Bhalla & Bhalla 1997: 18). Por consiguiente, parece que la mo-tivación primaria de este nuevo pe-riodo responde más al propósito de asegurar el acceso a diferentes mer-
cados regionales para evitar una reducción en los flujos comerciales. Además, dado el creciente número de acuerdos regionales, hay una tendencia a formar parte de algún acuerdo propio o bien a unirse a uno existente para evitar ser marginado. Por eso algunos países que temen perder en el mercado europeo, co-mienzan a buscar oportunidad en el esquema Asia-Pacífico (cfr. Sohn 2004).
11
Lo anterior evidencia, una vez más, que un factor determinante en la decisión de participar en un es-quema regional es el interés –en términos de corto y largo plazo– del Estado, condicionado por las expec-tativas, interacciones y experiencias pasadas y presentes sobre los resul-tados esperados.
Esta situación está creando una compleja red de AIR, en la que la mayoría de los miembros forman parte de varios esquemas, trasla-pando los ámbitos de acción de cada acuerdo. Esto obliga a replantear la forma en que se observa el fenó-meno. Pero al mismo tiempo, genera un contexto en el que el denominado «regionalismo abierto» comienza a expresarse, como se señaló antes, y a responder a otras motivaciones más allá del auténtico regionalismo, tales como el fomento de regímenes democráticos, impulsados por de-terminados agentes internacionales.
Lo cierto de todo esto es que se está ante un periodo de transición:
…de una economía política in-ternacional basada fundamen-talmente en las relaciones en-tre Estados, y en los intercambios entre empresas sometidas a muy diferentes regulaciones de carácter esta-tal, en una nueva economía política global, muy diferente de la anterior, que plantea desafíos económicos, políticos y sociales de primer orden, y que impone, no sin importan-tes problemas de legitimación, y sin haber definido plenamen-te su relevo, la transformación del papel doméstico e interna-cional del Estado, como ins-tancia privilegiada de regula-ción y gestión (Aldecoa & Cornago 1998; 60-1).13
En la década de los noventa, junto con el concepto del «momento unipolar», predominó una tendencia a pensar que el mundo giraría en torno a una tríada (Estados Unidos, Europa, Japón) y que el resto de la comunidad no tendría un rol impor-tante en las decisiones de alta políti-ca internacional. Estos megabloques económicos serían el resultado de la sumatoria de agregados, sin ahon-dar en su naturaleza, composición y dinámica y sobre todo en las relacio-nes con terceros países o bloques. Esto generó una distorsión que la realidad de los últimos años demos-tró que no operaba en los términos propuestos por la tríada. Con el ace-lerado crecimiento de China y otras economías asiáticas, el fracaso del proyecto de establecer una Europa y la aparición de esquemas como los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), al lado de las denomina-das «economías emergentes» gene-ró un nuevo escenario que condujo a otras formas de multipolarismo y multilateralismo.
Por consiguiente, según F. Al-decoa y N. Cornago (1998: 61), de lo
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anticomunismo fue el más poderoso aglu-tinador de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático, ASEAN, por sus siglas en inglés. En la actualidad; sin embargo, como muestra la propia participación de Vietnam y China en las iniciativas en cur-so, tal ideología ha perdido gran parte de su poder movilizador, incluso si sus perfi-les parecieran reconocerse de algún mo-do en la exclusión de Rusia, hasta la sex-ta Cumbre celebrada en Kuala Lumpur en 1998, del Fórum APEC» (Aldecoa & Cor-nago 1998: 82).
que se trata es de «analizar la exis-tencia de tres grandes modelos de rearticulación de las relaciones entre la economía, la política y la socie-dad, en el plano internacional, y a su vez, en el seno de cada Estado, sustancialmente diferentes de las que caracterizaron el orden que sur-gió de la posguerra».
Además es necesario recono-cer que en las últimas dos décadas, pero sobre todo a lo largo de los años noventa, hay una tendencia de los Estados a asumir compromisos internacionales en áreas temáticas consideradas propias de la política doméstica. Esto puede llegar a tener implicaciones de gran magnitud, «en la medida en que la erosión de la autonomía subestatal por la adop-ción de tales compromisos interna-cionales, pudiera poner en entredi-cho la filosofía política, y la propia arquitectura formal, del principio de la autoorganización del Estado» (Aldecoa & Cornago 1998; 62). Este proceso de transformación de la arquitectura doméstica se ve acele-rado por la dinámica de los AIR y de la creación de numerosos regímenes internacionales; que tiene lugar al mismo tiempo en que se produce el citado cambio en la arquitectura sistémica.
Vista esta situación, se llegan a establecer las diferencias entre el «viejo» y el «nuevo» regionalismo, pues responde a los cambios en el orden económico, político y social. Así el «viejo regionalismo» estuvo más relacionado a la política de blo-ques en torno a la seguridad colecti-
va y los argumentos de la solidaridad poscolonial; es decir, en una visión geopolítica, que comenzó a modifi-carse en la década de los setenta hacia una visión geoeconómica, para alcanzar en la década de los noven-ta el esquema de geosociedad, que reconoce «una mayor atención a las dimensiones sociales de la agenda internacional, así como a las posibi-lidades de formular la política social en el contexto de erosión del papel del Estado como instancia clave de regulación y gestión» (Aldecoa & Cornago 1998; 64). Sobre las dife-rencias entre ambos tipos de regio-nalismo véase la tabla 2.
TABLA 2
DIFERENCIAS ENTRE ‘VIEJO’ Y ‘NUEVO’ REGIONALISMO
‘viejo’ regionalismo |
‘nuevo’ regionalismo |
Convivencia de manifestaciones de economía capitalista y planificada. |
Predominio de las tesis del mercado como el principio organizativo, funcional y normativo. |
Basado en la homogeneidad sociocultural entre Estados, producto de historia común, proximidad geográfica y afinidad cultural. |
Heterogeneidad de los componentes, reco-nociendo la unidad y la diversidad y relativi-dad del factor geográfico como criterio de participación. |
Homogeneidad de sistemas y regímenes políticos. |
Diversidad de modelos existentes. |
Existencia de percepciones comunes sobre seguridad y de prioridades de política exterior. |
Grupos con diferentes percepciones sobre esos temas y la forma de inserción en el mundo. |
Establecido entre Estados con situaciones eco-nómicas y sociales similares. |
Estados con estructuras económicas y socia-les y niveles de renta diferentes. |
Carácter cerrado, introvertido y excluyente. |
Abierto, que permite múltiples relaciones interregionales. |
Carácter intergubernamental y persistencia de ámbitos domésticos excluyentes. |
Difusión de la frontera entre lo doméstico y lo regional y gran impacto doméstico. |
Proceso político de carácter exclusivamente intergubernamental. |
Proceso político más abierto y mayor partici-pación de actores no estatales. |
Igualdad en el compromiso de las partes e igual ritmo en las estructuras de cooperación. |
Existencia de formas de geometría variable, reconociendo una integración funcional y sectorial. |
Principio de diferencia sectorial con organismos operando en áreas específicas. |
Carácter más integrado de los ámbitos de acción, sin una división estricta. |
Fuente: Aldecoa & Cornago 1998.
F. Aldecoa y N. Cornago (1998: 68) consideran que la variable explicativa clave en la transición del «viejo» al «nuevo» regionalismo es la estructural; mientras que R. Väyrynen (2007; 42) se inclina por el componente funcional. Lo primero sugiere que «los recientes desarro-llos institucionales responden no tanto a los cálculos de interés, o las percepciones de los actores involu-crados en tales procesos como a las transformaciones estructurales de la sociedad internacional contemporá-nea». Por supuesto, esto implica una referencia a la globalización. Lo se-gundo alude a los espacios sociales, a la construcción de identidades, a la iconografía, lugares y flujos, por supuesto sin olvidar las regiones económicas.
Algunas consideraciones
finales
Es necesario anotar que en los últimos años ha habido un cam-bio significativo en los conceptos de Estado, sociedad y mercado, que varían las versiones de Bodino, We-ber y Smith, conduciendo no solo a la ya mencionada nueva arquitectura sistémica, sino al inicio de una fase pos-westfaliano en términos de la naturaleza de la agencia estatal. Esto tiene repercusiones en los es-quemas regionales, lo que permite hacer la diferencia entre «viejo» y «nuevo» regionalismo indicada an-tes; pero también reconocer tipos de regionalismo que responden, a las particularidades de cada región.
Ahora bien, el «nuevo regiona-lismo», para lograr sustituir al prece-dente, requiere de bases más sóli-das que las construidas para el anterior. Incluso, téngase en cuenta que el nuevo modelo había echado raíces antes del fin de la GF, pero su consolidación solo fue posible con el colapso del sistema internacional bipolar (Fawcett 1995: 17). A ello se suma una nueva actitud hacia la cooperación internacional, que se expresa en un contexto en el cual la globalización, el globalismo y el mul-tilateralismo se hacen evidentes y permiten la subsistencia de distintos niveles y dimensiones en un escena-rio cruzado por nuevos elementos en la cooperación internacional. Ade-más, es necesario señalar que hay una descentralización del sistema internacional, lo cual fortalece al regionalismo, que para los PED ha significado un ajuste en la forma como se manejan los asuntos regio-nales en escenarios dominados por superpotencias. Esto es parte de un cambio en los argumentos de las élites de esos países respecto a los asuntos de seguridad (Fawcett 1995: 17-23) –un tema vital para los agen-tes internacionales–.
A los cambios políticos se agregan los económicos. Hay que tener en cuenta que «para muchos países la marginalización económica representa una mayor amenaza que aquella de la sensación de margina-lización de seguridad que ha acom-pañado el fin del sistema bipolar. Pensar regionalmente en el nivel económico es no menos importante que reflexionar regionalmente en el
nivel estratégico» (Fawcett 1995: 23). En la praxis ambos procesos –el político y el económico– se comple-mentan y condicionan, creando una dinámica particular en las ri.
El «nuevo regionalismo» es un avance importante sobre las versio-nes previas de la teoría de la inte-gración regional (sobre todo de las funcionalista, neofuncionalista, insti-tucionalista y neoinstitucionalista). Por lo que constituye una ruptura de la tradición al explorar formas de cooperación transnacional y de flujos a través de las fronteras en perspec-tiva comparativa, histórica y multini-vel (Mittelman 1999: 25-6). En el caso de Centroamérica, esto signifi-ca que no es posible limitarse a ob-servar la regionalización como un proceso entre gobiernos. Es necesa-rio considerar lo que se ha denomi-nado en otro momento como la «in-tegración informal» entre pueblos y comunidades epistémicas.
El problema con esta nueva versión de la dinámica regional es que se pretende romper con la di-mensión espacial, para caer más en el multilateralismo, el sectorialismo, la globalización y otras tendencias que no corresponden a la realidad de las regiones. Esto es lo que lleva a autores como J. Mittelman (1999: 27-33) a considerar que el regiona-lismo de los años noventa no está orientado sobre una base territorial autártica, como en décadas previas. Se trata más bien de la concentra-ción de poderes políticos y económi-cos en el contexto de una economía global, con múltiples flujos interre-gionales e intrarregionales. Esto hace necesario distinguir entre re-gión «formal» y «real». Sin embargo, ello impide analizar la dinámica re-gional a la luz de las identidades e intereses de los agentes internacio-nales y debilita la explicación de los fenómenos en esa dimensión espa-cial en la que se construye una nue-va identidad, en contraste con la que procura construir el multilateralismo y la globalización.
De ahí que sea posible definir el «nuevo regionalismo» como «un proceso multidimensional de integra-ción regional que incluye aspectos económico-políticos, sociales y cultu-rales. Es un paquete más que una política individual y va más allá de la idea de libre comercio; es decir, la interrelación de mercados naciona-les más o menos aislados previa-mente en una unidad económica funcional» (Hettne 1999: 17). Pero hay que tener en cuenta que este proceso ocurre de manera simultá-nea con aquel que procura crear un nuevo orden que sustituya al del mundo bipolar de la GF. Sin embar-go, no hay precisión de conceptos, e incluso el punto de partida que utili-zan la mayoría de las escuelas es diferente. Esto hace que muchos consideren que se trata de un solo fenómeno con distintas expresiones y niveles de cooperación, tanto in-terestatal como interregional e inter-nacional (Lähteenmäki & Käkönen 1999: 204). Por lo tanto, las teorías y los marcos teóricos clásicos, ampa-rados al paradigma realista, resultan hoy débiles, imprecisos y hasta ob-
soletos para entender y explicar los eventos internacionales.
En definitiva la naturaleza y características de región, regiona-lismo y regionalización son funda-mentales para explicar y entender los procesos de integración regional, más allá de percibir estos como un simple traslado de competencias y responsabilidades de los Estados a instituciones regionales. Difícilmente puede haber un proceso integracio-nista que pueda consolidarse sin el trasfondo de una región y de un alto grado de regionalismo y regionali-dad. A ello se agrega la construcción de una identidad regional que permi-ta a la gente sentirse parte del fenó-meno y no percibirlo como el resul-tado de una gestión estrictamente gubernamental. De ahí la importan-cia de consolidar una teoría del re-gionalismo y la integración regional desde la realidad propia del siglo XXI y no basada en las premisas clási-cas de lo que sería la noción de la segunda mitad del siglo XX, caracte-rizada por la GF; pero que reconoz-ca las particularidades de cada re-gión y proceso. En el caso de Centroamérica esto es una tarea urgente, pues a la fecha no se ha sistematizado y teorizado la expe-riencia de las últimas décadas.
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