Sociedad, organización y poder.
El liderazgo: Una visión
epistemológica
predominantemente
Juan Huaylupo Alcázar* individualista
ANALIZA LOS IMPLÍCITOS EPISTEMOLÓGICOS, TEÓRICOS E HISTÓRICOS DE LA CONCEPCIÓN PREDOMINANTE SOBRE EL LIDERAZGO. LA VISIÓN INDIVIDUALISTA DEL LIDERAZGO ESTÁ ASOCIADA CON FORMAS PARTICULARES DE INTERPRETACIÓN DE LA HISTORIA Y LA SOCIEDAD, ASÍ COMO, CON LA CONSERVACIÓN Y REPRODUCCIÓN DEL PODER EN LAS ORGANIZACIONES Y LA SOCIEDAD. EL LIDERAZGO, COMO EXPRESIÓN DEL PODER, ES UNA RELACIÓN SOCIAL QUE REPRESENTA LAS NECESIDADES, SENTIMIENTOS, INTERESES Y ASPIRACIONES DE COLECTIVIDADES ORGANIZADAS, LUEGO NO SE ENCUENTRA DESARRAIGADO DEL DEVENIR DE LA ORGANIZACIÓN, NI DEL MEDIO SOCIAL E HISTÓRICO DE LAS SOCIEDADES.
PALABRAS CLAVES: LIDERAZGO / PODER SOCIAL / ORGANIZACIÓN
Introducción
* Catedrático, Escuela de Administración Pública, Facultad de Ciencias Económi-cas y Sistema de Estudios de Posgrado, Universidad de Costa Rica.
Recibido: 20 de marzo del 2009.
Aceptado:4 de mayo del 2009.
La comprensión de la actua-ción de los individuos en las or-ganizaciones, ha sido una preocupa-ción permanente a lo largo de la historia, tanto en el quehacer de las organizaciones empresariales, como en la práctica política de los gobiernos. Asimismo, ha sido objeto de exploración en las ciencias socia-
les, y particularmente en el pensa-miento y práctica administrativa y organizativa.
Los análisis efectuados en torno al liderazgo tienen una regula-ridad que deriva de una cosmovisión liberal e individualista propia de las tradiciones occidentales. Ella actúa como el contexto legitimador de una época que se conserva y reproduce. En el pasado, el agotamiento de las formas organizativas que fundamen-taban el poder en las sociedades, significaba también la pérdida de vigencia de interpretaciones, donde lo divino o lo inexplicable constituía el principio ordenador del mundo y
de la vida en sociedad. La confor-mación de nuevas formas sociales era también la emergencia simultá-nea de nuevas visiones, de este modo la concepción del mundo y del poder perdía su divinización para hacerse terrenal y se destacaba la voluntad y la acción de individuo concreto, el hacedor de las relacio-nes sociales, las organizaciones y las sociedades. Esta visión indivi-dualista no ha desaparecido, en parte, por las relaciones sociales que fundaron originariamente el sistema imperante.
Las revoluciones burguesas del siglo XVIII transformaron las sociedades y liquidaron las concep-ciones que validaban sus formas sociales y políticas, a la vez que se impusieron otros fundamentos ide-ológicos, políticos y también econó-micos. El liberalismo formalizó, ma-terializó e hizo suya la aspiración colectiva por la libertad e igualdad de las personas que sufren opresión en sus sociedades. La liberación de las formas de opresión ha constituido hitos en la historia de la humanidad como utopías de sociedades igualita-rias. La constitución burguesa logró la formalización de la igualdad jurídi-ca de las personas y entre las per-sonas, sin duda una revolución que superaba el pasado, pero también conformaba nuevos mitos y fan-tasías en correspondencia con for-mas de apropiación individual de riquezas y recursos generados co-lectivamente. Esa época no termina, aún se reconoce la necesidad de su continuidad propositiva y transfor-madora, la que alcanza niveles de intensificación y masificación sin precedente alguno en el pasado. Sin embargo, ello no implica el análisis y reconocimiento de la inconsistencia interpretativa de su praxis social.
Los procesos de desigualdad social alcanzados en el presente, evidencian la necesidad de superar la impronta individualista de la liber-tad y de la propiedad en las relacio-nes predominantes, así como la de hacer más integral la explicación del desempeño de las organizaciones en las sociedades.
El mito del individuo
hacedor del mundo
y su destino
La revolución francesa y la americana son los momentos consti-tutivos que marcaron el fin de una época que impregnaba las relacio-nes de poder en los países y en las relaciones internacionales. Fueron acontecimientos derivados de con-tradicciones y acciones colectivas internas, pero que no fueron total-mente extrañas a los acontecimien-tos y formas de poder en las relacio-nes monárquicas y coloniales en otras formaciones sociales, como tampoco lo fueron las formas organi-zativas adoptadas posteriormente en otros espacios. Las historias nacio-nales son parte de la historia de las sociedades del mundo, conforman épocas o construyen continuidades y comunidades históricas entre socie-dades particulares.
El descubrimiento de la capa-cidad colectiva de transformación, liberó de la creencia que todo estaba controlado y predeterminado por la voluntad de un ser superior omnipo-tente, sapiente y presente. Desde ese momento, se asumió que eran los individuos quienes tenían la ca-pacidad para autoconservarse y definirse a sí mismo, a la vez que condicionar a los otros y a la natura-leza, para ponerla al servicio de su decisión e interés. Esto fue, la ruptu-ra con el pasado, y significó simultá-neamente la asunción de una con-ciencia, saber y razón,1 para despojar de poderes a los aristócra-tas, terratenientes y colonialistas, a los que no se les reconocía tener las nuevas facultades o poderes de una época naciente. La facultad de trans-formar la sociedad, la naturaleza y el ambiente, hacedor de mercancías y la apropiación de valores generados colectivamente, era la fuente del nuevo poder, del nuevo dios. Así, la capacidad autopoiética del homo faber, fue el fundamento para la construcción del poder individual, que pretendidamente todos tenían la facultad para desarrollarla, pero po-cos quienes lo lograban. Estas con-sideraciones del pasado guardan continuidad con los postulados y prácticas liberales contemporáneas, aún cuando:
1. La razón actuaba como el “desencanta-miento del mundo” (Weber, 1983) del que estaba sumido por las concepciones religiosas.
“Ninguna clase de vida huma-na, ni siquiera la del ermitaño en la agreste naturaleza, re-
sulta posible sin un mundo que directa o indirectamente testifica la presencia de otros seres humanos.
Todas las actividades huma-nas están condicionadas por el hecho de que los hombres viven juntos, si bien es sólo la acción lo que no cabe ni si-quiera imaginarse fuera de la sociedad de los hombres. La actividad de la labor no requie-re la presencia de otro, aun-que un ser laborando en com-pleta soledad no sería humano, sino un animal labo-rans en el sentido más literal de la palabra.” (Arendt, 2005: 51).
La magnificación de la libertad e igualdad formal de los individuos, se constituyó en un controversial, paradójico e irresoluble modelo pa-radigmático, porque se instauraba en un contexto que recreaba desigual-dad, explotación y esclavitud real para individuos y sociedades. Pero esta visión exclusiva y excluyente no es nueva, es previa a la instauración ideológica liberal. Platón (428 a C. - 347 a C.) sustenta el individualismo al suponer que el individuo se crea a sí mismo. El universo escla-vista de esa libertad individual plató-nica, es vista por Aristóteles (384 a C. – 322 a C.), como el resultado natural del nacimiento de esclavos y esclavistas.
A lo largo de la historia, las sociedades excluyentes no han teni-do suficientes artificios para mimeti-zarse en discursos igualitarios y democráticos. La individualización está integrada en las relaciones ca-pitalistas desde su génesis (Fromm, 1987), a pesar de haber sido el sis-tema que usa, extensa e intensiva-mente, el trabajo colectivo como una extraordinaria fuerza productiva y que ha articulado el trabajo producti-vo e improductivo en el inmenso proceso de valorización del capital.
En el individualismo es trans-parente la separación y discrimina-ción social, siendo la postulación de la igualdad, libertad y democracia un recurso formal e ideológico, como en tiempos de la Grecia esclavista. Por ejemplo, no es posible postular igualdad ni democracia, cuando las personas en ese entonces como en el presente, no tienen garantizados sus derechos civiles ni políticos (Sen, 2000), lo que era evidenciado por Horkheimer y Adorno en 1944, ante la decepción de las promesas benefactoras, mostrando la domina-ción de los individuos, las colectivi-dades y el control concentrado y centralizado de las propiedades y recursos de la sociedad (Horkheimer y Adorno, 2004).
Asimismo, la relativa comuni-dad social en cada época de la histo-ria, hace referencia a la unidad en las relaciones internacionales, pero también de las heterogeneidades y polaridad entre países, proceso que se ha fortalecido y profundizado en la globalización del presente. La desigualdad en las relaciones entre individuos y sociedades, reproducen inequidades y provoca antagonismos y resistencias sociales contra las pretensiones de imposición de igual-dades mecánicas en el dominio de poderes exclusivos, la producción o el consumo estandarizado. La pola-ridad y exclusión social actual no está referida a contextos locales o nacionales, es mundial, lo que hace del individuo un ser social complejo, directamente referido a sus relacio-nes en cada época y cada sociedad global.
La conmoción iluminista del siglo XVIII-XIX que trasladó la fe religiosa a la divinización del indivi-duo y sus cualidades como ser ra-cional, objetivo y pragmático, así como en la igualdad, justicia, libertad o democracia, como derivación sim-ple y simplificada de la acción indivi-dual, aún extiende su impacto en las sociedades del siglo XXI, las que reproducen de manera matizada sus creencias y prácticas. Sin embargo, las loas al individuo y sus capacida-des, han sido y son, la reducción de éste a sus productos, a su conver-sión en instrumento de intenciones en apariencia propias, que lo aliena y subordina.
Esto es, la individuación signi-ficó la destrucción de un mito, para sustentarse en otro. La construcción del imaginario colectivo magnificó al individuo en medios complejos e interdependientes, lo que es una visión que representa los prejuicios de una época que ha tenido que objetivar las experiencias de una sociedad en transformación. Sin embargo, es relativa la magnificación al individuo, pues éste es apreciado y ponderado en tanto que posesio-nario, pero también a condición de haber materializado el uso medios e instrumentos para el logro de deter-minados y absolutos resultados,2
2. Son innumerables las afirmaciones del pasado y del presente donde se privilegia a la técnica, como la creadora de bienestar y desarrollo, o dicho de otra manera, la con-dición de los individuos y sociedades, son en esa perspectiva, como productos, se-cuelas o efectos de las aplicaciones instru-mentales.
3. Tales son los casos de las pautas existen-tes en la fijación de las tasas de interés, in-flación, precios de las divisas o en la valori-zación del capital, así como aplicaciones técnicas para la inversión, la producción, el mercadeo, e incluso para la realización de investigaciones científicas.
“El Homo faber, el hombre fa-bricador, crea también mitos delirantes. Da vida a dioses fe-roces y crueles que cometen actos bárbaros. […] Aunque producidos por los humanos, los dioses adquieren una vida propia y el poder de dominar a los espíritus. Así la barbarie humana engendra dioses crue-les que, a su vez, incitan a los humanos a la barbarie. […]
Como las ideas, las técnicas nacidas de los humanos se vuelven contra ellos. Los tiem-pos contemporáneos nos muestran una técnica que se desata y escapa a la humani-
dad que la ha producido. Nos comportamos como aprendices de brujos. Además, la técnica aporta su propia barbarie, una barbarie del cálculo puro, frío, helado, que ignora las realida-des afectivas propiamente humanas.” (Morin, 2007: 14-15).
De esta manera, las relacio-nes económicas y sociales en gene-ral, fueron vistas como reguladas por procedimientos, en donde el indivi-duo, por la fetichización de las técni-cas o métodos, es sólo el medio para el logro de resultados. Esto es, la individuación de las relaciones sociales, alienó y distorsionó la com-plejidad de las relaciones sociales.
“La enfermedad de la razón –afirma Horkheimer- tiene sus raíces en su origen, en el de-seo del hombre de dominar la naturaleza, y la “convalecen-cia” depende de una com-prensión profunda de la esen-cia de la enfermedad, y no de una curación de los síntomas posteriores.” (Horkheimer, 1969: 184).
El uso de las técnicas o méto-dos ata a los individuos a la aplica-ción fiel y mecánica de procedimien-tos asumidos como exactos y absolutos, no sólo tiene incidencia en el ámbito económico, incide en todo el quehacer social.
Pero, la constitución del mito de la individuación, también se funda en la representación simbólica de sí mismomismomismo
4. La fuerza social de una construcción colec-tiva que no acaba de modo automática ni inmediata, imposibilita la sustitución de un ente omnipresente y omnipotente, por otro constituido por la totalidad integrada de los individuos que comparten una historia y cul-tura. En este sentido, el mito de la indivi-duación es ruptura y continuidad de un pro-ceso social y de la construcción de conocimiento, símbolo de una época que no ha concluido.
5. Bacon presenta a la naturaleza como el reto del individuo al que debe domesticar para constituir el Reyno del Hombre (Regnum hominis) sobre la tierra. En este sentido, a la ciencia general y en particular a la economía, administración y algunas ciencias naturales, le ha sido adjudicado, el proporcionar los conocimientos para domi-nar la realidad y ponerla al servicio de los intereses de un sistema que ha sacralizado la posesividad de la propiedad y los medios que garantizan la riqueza, como fuente de poder.
El reconocimiento de las limi-taciones de las visiones que antepo-nen la interpretación a la exploración de la realidad, como el formalismo (Castells y De Ipola, 1983) y la ma-temática (Kant, 1942; Huaylupo, 2006a), se han dado en distintos momentos de la historia, aún cuando no son masivos ni extensivos. Sin
embargo, no ha sido suficiente para asumir la complejidad y la interde-pendencia en las relaciones socia-les, el ambiente y la naturaleza. El poder, la ideología, la cultura, las condiciones cotidianas de vida, los prejuicios o estereotipos, entre otros aspectos, constituyen auténticas barreras para la comprensión en su complejidad a las sociedades, orga-nizaciones y actores.
La constitución originaria de la sociedad occidental, al sacralizar la libertad del individuo, lo hizo creyen-te de una vida y un destino autóno-mo, que se expresa en una posesión ajena al individuo, pero que lo repre-senta. En ese horizonte de visibili-dad, las organizaciones y la socie-dad, sólo son expresiones de sus integrantes. El individuo y la colecti-vidad no tienen distinción alguna. La inextricable unidad de la parte y el todo, es inexistente en esa concep-ción. El individuo es, absurda y si-multáneamente, su contexto históri-co, social y ambiental.5 Así, ninguna entidad social o natural podía ser comprendida más allá de la volun-tad, interés y actuación de los indivi-duos, o de los objetos y productos que supuestamente representa la acción individual.
La sociedad concebida como un conjunto agregado de individuos, no tiene estatuto científico, esta es una creencia empirista e individualis-ta metodológica (Pereyra, 1979), que disuelve la sociedad en los indivi-duos, como si ésta fuera la concre-ción de la “teoría” de los conjuntos de la matemática. Sin embargo, esa ponderación del individuo, también es metamorfoseada, al estar cir-cunscrita a la condición de propieta-rio o posesionario de recursos y riquezas con alta valoración social. Esto es, la negación-exclusión a los otros, como colectividad, son quie-nes crean la subjetividad de la épo-ca, donde paradójicamente el indivi-duo está indiferenciado en la totalidad social de la sociedad de masas y del trabajo colectivo.
La sociedad para el individua-lismo posesivo, es metafísica con existencia solo formal, así como aprecia a la libertad individual como concreta y pragmática para fortale-cer y ampliar las facultades preten-didamente gestadas por el individuo (sujeto) y dirigidas a otros individuos (objetos). La cosificación de la liber-tad individual, es la separación tan-gible con los otros, así como, es la conversión de las propiedades o cosas, en la representación simbóli-ca del poder de los individuos libres.
En esa perspectiva, los indivi-duos libres sin posesiones es una contradicción, los individuos despo-seídos serán subordinados, sin ca-pacidad para ser libres. Sin embar-go, la pretendida libertad del individuo posesionario, es la de estar alienado a cosas que determinan sus grados de libertad. Ello se evi-dencia en una sociedad mercantili-zada, donde la posesión de recursos y propiedades, es una condición para el ejercicio de una libertad pau-tada para la sobrevivencia, el creci-miento o la expansión, cuyos límites están determinados por la significa-ción mercantil de estas posesiones, sobre las que no tiene el control ni el dominio.
Pero, el mito de la individua-ción es una condición social que se impone a los individuos. No es una creencia que se toma o apropia a voluntad, es una fuerza colectiva que se impone a todos los individuos posesionarios o no. Este poder posi-bilita el respeto a las facultades arrogadas por los propietarios, así como la sumisión y el dominio en los desposeídos. El mito, como toda creencia arraigada social, cultural e históricamente, será una fuerza que destruirá o combatirá ideas, creen-cias o prácticas que lo cuestionen (Freud, 1981). La preservación de un estilo de vida y de sociedad, es tam-bién la conservación de creencias míticas. La reproducción de una sociedad que pregona libertad, justi-cia e igualdad para todos, como medio para la conservación de privi-legios, supone e implica contradic-ción, antagonismo y violencia gene-ralizada, ya sea por el control social cotidiano, el imperio de la ley, de la autoridad, o de la fuerza coactiva privada y estatal, nacional o trasna-cional (Huaylupo, 2006b).
Contemporáneamente la pérdida de democracia es vista co-mo una necesidad para la mayor libertad y poder de las empresas globales (Sen, 2000), así como la destrucción de la organicidad de los desposeídos, como un medio que violenta derechos laborales y huma-nos, para el incremento de la renta-bilidad,6
6. En el Perú el antagonismo de comuneros locales contra el proyecto minera Majaz-Río Blanco, en el 2005, hizo que el jefe del campamento minero, en colusión con la po-licía, detuviera y torturara a veintinueve comuneros que no cedieron su tierra en la-bores agrícolas para la explotación minera (Prado, 2009, Álvarez, 2009).
“Es cierto que Adam Smith y David Ricardo concebían la libertad en términos de libre empresa. Según las ideas de Adam Smith, el progreso so-cial conduciría a los hombres a ser iguales en lo que res-pecta a sus bienes económi-cos. Los obreros, como con-secuencia de una ley de la naturaleza, tendrían salarios y remuneraciones cada vez más altos, mientras que la que se denominará poste-riormente «clase capitalista» vería sus ingresos cada vez más reducidos en virtud de otra ley natural. Es dudoso que estos augurios descri-ban una situación social real;
lo que resulta incontroverti-ble es que los filósofos del li-beralismo económico eran humanistas en sus creen-cias, en la libertad ejercida desde el control estatal. No es sorprendente que Marx, en su deseo de igualdad, fuese discípulo y seguidor de Adam Smith y David Ricardo en este sentido. Es cierto que la libertad concebida de este modo puede, en la práctica esclavizar al hom-bre, alienarlo y reducirlo a la categoría de objeto, como sucede cuando el propietario reduce su ser al tener, o cuando los desposeídos son utilizados como medio, no como seres humanos que tienen un fin en sí mismos.” (Fromm, 2007: 48).
El individualismo, tradicional y liberal está arraigado a la interpreta-ción que cree que es inmanente al individuo, el poder del liderazgo, así como la facultad de crear todos los procesos sociales, las organizacio-nes, las sociedades y los Estados. La necesidad del poder para el po-der posesivo, ha conformado una visión funcional en todas las relacio-nes sociales predominantes. Los órganos mediáticos, los patrones morales, la educación formal, las leyes y la práctica cotidiana, son los medios como se reproduce la con-cepción individualista del mundo, la que limita y encubre las relaciones sociales desiguales e inequitativas, así como obstruye otras interpreta-ciones de la realidad. La simplifica-ción en lugar de la complejidad, la ignorancia frente al saber científico crítico, ha tenido una gran regulari-dad a lo largo de la historia.
En la actualidad ante la crisis financiera mundial, son muchos quienes creen que el triunfo de Ba-rak Obama en Estados Unidos de Norte América, modificará las ten-dencias recesivas en su país y por efecto, también las eliminará al mundo.7 La visión individualista no posee capacidad explicativa frente a los fenómenos completos de las organizaciones, sociedades ni de las relaciones internacionales. La actual crisis es la agudización de las con-tradicciones de un sistema-mundo, que le impide crecer y expandirse. Mientras que las relaciones creadas colectivamente, no puedan ser expli-cadas de manera integral, no se podrá comprender la complejidad, ni adoptar decisiones y acciones con-secuentes. La crisis es la expresión del fracaso de la razón instrumental que predomina en las relaciones sociales desde el siglo XVIII al pre-sente. Asimismo, mientras no se reconozca el papel y significación social y económica de los desposeí-dos, en la historia y cultura de los pueblos, así como en el consumo, en el trabajo, la producción, en la productividad o en su actuación creadora de riqueza y capacidad
7. La revista de Gestión de Negocios promo-cionándose afirma: “El innovador líder demócrata que transformó la política en un juego diferente y ahora con Estados Unidos en sus manos revolucionará al mundo”. http://www.mx.hsmglobal.com/contenidos/ gestionhome.html (enero, 2008).
reproductora de las sociedades, posiblemente seguiremos creyendo en líderes omnipresentes, omnipo-tentes y omnisapientes, con lo que se reafirma una contrarrevolución teórica y científica, que niegan que las relaciones construidas social e históricamente, constituyen el princi-pio ordenador-transformador de las sociedades.
El liderazgo ¿expresión
de la individualidad?
La socialidad de los individuos no es un atributo que pueda ser omi-tido en el pensamiento y actividad de las personas. La particularidad del individuo está profundamente arrai-gada a su vida social, así como a la cultura e historia de una sociedad, o dicho de otra manera, está articulado con una organicidad que le pertene-ce y trasciende a su propia existen-cia. Así, las relaciones sociales no son extrínsecas al individuo, les son inherentes en una interacción pauta-da socialmente. Esto es, todo indivi-duo es un producto social, donde el comportamiento y el pensamiento, están moldeados por una intersubje-tividad de una colectividad, lo que de ninguna manera supone una estan-darización mecánica o robótica en la actuación de los individuos.
“La vida anímica individual, aparece integrada siempre, efectivamente, el «otro», como modelo, objeto, auxiliar o ad-versario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio, psicología social, en un sentido amplio, pero ple-namente justificado.” (Freud, 1996: 2563)
“La psicología –que persigue los instintos, disposiciones, móviles e intenciones de los individuos, hasta sus actos y en sus relaciones con sus se-mejantes-, llegada al final de su labor y habiendo hecho la luz sobre todos los objetos de la misma, vería alzarse ante ella, de repente, un nuevo problema. Habría, en efecto, de explicar el hecho sorpren-dente de que en determinadas circunstancias, nacidas de su incorporación a una multitud humana que ha adquirido el carácter de «masa psicológi-ca», aquel mismo individuo al que ha logrado hacer inteligi-ble, piense, sienta y obre en un momento absolutamente inesperado.” (Freud, 1996: 2564).
“La tesis individualista extre-ma, es decir, la teoría de que cada individuo es plenamente autónomo y que podría existir como una persona totalmente independiente respecto de los colectivos a los que pertene-ce, es un reflejo de la teoría de que las relaciones que una persona tiene con sus colecti-vos son completamente exter-nas y en consecuencia total-mente contingentes. Esta teoría tampoco puede ser consistentemente sostenida.” (Harré, 1982: 103).
La acción y pensamiento de las personas están pautados colecti-vamente, en ellas convergen las determinaciones sociales y son la condensación de las relaciones cul-turales e históricas de las socieda-des a las que pertenecen. Las con-dicionalidades culturales y morales constituyen regulaciones en el que-hacer y prácticas particulares de cada individuo. Nadie en una socie-dad es impermeable ni puede abs-traerse a los condicionamientos so-ciales, así como tampoco la sociedad es la agregación de indivi-duos, ni sus contradicciones y con-flictos son resultados de acciones individuales (Pereyra, 1984).
La socialidad del ser humano es inherente a su existencia e inclu-so es previa a su evolución como especie homo sapiens, ni puede ser liberada de sus condicionamientos hereditarios. Independientemente de la conciencia individual, los patrones sociales forman parte de la identidad y pertenencia del individuo a una colectividad. El dinamismo de una vida compartida permite la integra-ción a las formas de vida, acción y pensamiento de una colectividad, así como también orienta y posibilita el desarrollo de las capacidades individuales.
La visión simplificadora y au-tosuficiente cree erróneamente que el individuo puede controlar y deter-minar individualmente sobre los acontecimientos sociales, así como su inserción a una comunidad e inci-dir en las relaciones con los otros (Fischman, 2000a). Sin embargo, ninguna colectividad es un conjunto amorfo, sin consistencia, por el con-trario, las relaciones sociales están reguladas social, histórica y cultu-ralmente. Esto es, toda colectividad supone e implica organicidad. La socialidad humana se expresa en su capacidad organizativa. La comple-jidad o simplicidad de las organiza-ciones, las dimensiones o las canti-dades de ellas, están en correspondencia con las relaciones sociales de sus colectividades.
La división del trabajo para la convivencia y la reproducción de las poblaciones implican la labor de individuos, grupos y clases sociales, para el desempeño de distintas acti-vidades definidas necesarias e im-prescindibles para la conservación o reproducción de las formas de vida social existente. El poder, así como su ejercicio, supone e implica tantas formas organizativas de la sociedad, como culturales, de interés, trabajo, etc., que abrigan las sociedades, las que conforman complejas redes de interacción organizacionales que se implican, complementan o antagoni-zan en el tejido de la sociedad.
Los poderes en una sociedad u organización son un producto so-cial, diversos y dinámicos, como heterogéneas y desiguales son los espacios de las relaciones sociales. De ninguna manera son cosas, mer-cancías o patrimonios privados. Los fetiches o las materializaciones de la época, construidos por el imaginario colectivo y los poderes validados socialmente, se han convertido en parte consustancial de un sistema que usufructúa privadamente lo ges-tado y logrado colectivamente.
La homogeneidad del poder en las organizaciones, Estados o sociedades, es tan sólo aparente, por la diversidad de intereses y con-ciencias, así como de las situaciones y condiciones materiales de los acto-res sociales. Esta característica fun-damenta la potencialidad de trans-formación de los cuerpos sociales. La denominación de hegemonía es la expresión gramsciana, hace men-ción a este fenómeno, el que no hace referencia a la unicidad del poder, sino a una diversidad de po-deres que en circunstancias particu-lares están subordinados por deter-minadas relaciones que gestan, sustentan o inviabilizan un determi-nado poder.
El poder es una relación so-cial, la interacción conflictiva y/o funcional entre actores sociales en espacios delimitados, constituyen ámbitos organizativos del poder. No es ajeno ni extraño a las relaciones cotidianas entre individuos, grupos o clases, como tampoco son manifes-taciones alejadas de las creencias y prácticas cotidianas de los individuos o colectividades en un espacio so-cial. Esto es, en el poder todos los actores están representados, aun cuando no de manera igualitaria, equitativa ni democrática, en el sis-tema de relaciones existentes en ámbitos históricos particulares. El poder es la manifestación de la capacidad organizativa de cada ente social. La forma como se mate-rializa el poder guardará correspon-dencia con la red de relaciones in-ternas y externas en cada espacio social. Sin embargo, en las visiones preponderantes de la individuación del poder, éste se objetiviza en prácticas, actitudes y estilos de comportamiento, independientemen-te de los individuos que lo detentan y de las organizaciones y sociedades donde puedan ser funcionales tales prácticas. De este modo, el poder es fetichizado en determinadas actitu-des o en otros casos es apreciado como una cosa tangible susceptible de ser tomada, desplazada o trans-ferida, como la búsqueda de la toma del poder de grupos políticos, de los atributos conferidos ante designa-ciones divinas de reminiscencias feudales o de las cosificaciones del individualismo posesivo.8
8. De este modo, se estaría haciendo una diferencia del poder real, como una relación social, del poder que es conferido por una autoridad formal reconocida, así como del poder que nace de la propiedad privada de una organización empresarial.
Gran parte de los estudios so-bre las múltiples expresiones de los poderes en las organizaciones, han sido ponderados desde el poder dominante, en razón de sus efectos, por los individuos que encabezaron estas formas o de los contenidos ideológicos, políticos o militares de tales manifestaciones. Si bien los fenómenos sociales requieren pers-pectivas distintas para comprender su complejidad, los estudios sobre el
poder necesitan interpretaciones que analicen las relaciones sociales que inciden directamente en la gestación, instauración y en el ejercicio tangible de sus formas particulares. Las ex-periencias fascista y stalinista, apre-ciadas como patológicas (Foucault, 2008), invisibilizan las historias y culturas de los pueblos, de sus vi-siones y organizaciones, así como ocultan las tensiones y antagonis-mos en las relaciones sociales. No es posible satanizar de sanguinarios los gobiernos, como únicos respon-sables culpables de la violencia como ejercieron el poder, sin apre-ciar la violencia cotidiana y acumula-da en las relaciones sociales, que son los referentes de una actuación estatal, dominante o hegemónica en una formación social, así como no es posible comprender una radical transformación del Estado o de los poderes sin haber apreciado el na-cimiento y consolidación de una nueva voluntad colectiva (Gramsci, 1999). Así, el antisemitismo alemán no nació ni se liquidó con la derrota nazifascista, como seguramente no desaparecerá fácilmente las tensio-nes en las organizaciones y políticas palestinas contra los israelíes, ante la ocupación y destrucción de su espacio social por parte del Estado judío.
La conducción o dominio de un poder posibilita la reproducción de las condiciones sociales que lo conformaron, de esta manera se propicia la continuidad de su influen-cia y privilegios, pero no será una garantía absoluta ni idéntica, por el dinamismo de la sociedad, grupos u organizaciones, así como por la ac-ción contestaría, disidente o antagó-nica de actores internos o globales. El poder tiene una relación recíproca con específicas relaciones sociales en ámbitos dinámicos, complejos e incluso contradictorios, que inciden en su naturaleza, manifestación y transformación. No existe poder autónomo de las uniones sociales que lo gestan y sustentan, como tampoco existen relaciones que pe-rennicen poderes particulares.
La democracia o la dictadura, no le pertenece a los gobiernos y menos aún a gobernantes benefac-tores o tiranos, son las condiciones sociales nacionales las que lo permi-ten y dan sostenibilidad a las prácti-cas políticas de los Estados, como también serán las relaciones en las organizaciones las que posibilitan el surgimiento de líderes, así como la delimitación de su actuación en las colectividades organizadas. Sin or-ganización social, no hay poder ni lideres. La disgregación de la pobla-ción en unidades familiares sin inte-gración entre sí, no es lo caracterís-tico de la vida social del ser humano, desde tiempos lejanos en la historia, menos aún en el mundo capitalista, que ha integrado a las sociedades, organizaciones e individuos, como nunca antes en el pasado.
Si bien la organización es un requisito para el liderazgo, sin embargo, no todas los entes consti-tuidos formalmente, tienen la posibi-lidad de crearse ante la desintegra-ción social en entidades grandes, jerarquizadas o por procesos de trabajos individualizados y competiti-vos entre sus integrantes, como es el caso de empresas privadas e in-cluso en entidades públicas.
“La diversificación de las acti-vidades en la sociedad capita-lista ha implicado la multiplica-ción de organizaciones, de intereses y de poderes que in-teractúan complementándose o disputándose espacios de influencia, aun cuando no ne-cesariamente la creación de organizaciones supone la po-sibilidad del surgimiento de líderes. Las organizaciones estables con regularidad en el cumplimiento de sus fines y estructuradas con jerarquías y divisiones sociales del trabajo estandarizadas, se convierten en “máquinas” despersonali-zadas que no son permeables al surgimiento de nuevos in-tereses y voluntades grupales, con lo que limitan, impiden o reprimen la existencia de re-presentantes que amparen, negocien u orienten la acción de una colectividad. […]
El dinamismo de las relacio-nes sociales de la sociedad contemporánea, implica fluc-tuaciones en los espacios de su poder y en las formas de ejercerlo, por la interacción con otras fuerzas sociales en la organización o con otras en-tidades orgánicas. De este modo, la escisión y la contra-dicción, es una posibilidad la-tente en toda organización, en donde la actuación del grupo y sus líderes podrían ser acto-res protagónicos.” (Huaylupo, 2006b: 125-126)
La organización es la expre-sión de la socialidad de las personas y poblaciones, es la unidad de pen-samiento, cultura y visión de mundo, así como la de acción y la de cons-trucción de un destino compartido. La organización es la unidad social que funda lo que es común a una colectividad determinada. De ningu-na manera, la organización es la amalgama de intereses y prácticas individuales, es la integración para la consecución de propósitos que los unen, a pesar de la diversidad de aspectos y otras aspiraciones dife-renciales entre los individuos en una organización.
La organización es el punto de partida para la constitución de lo público, de lo que es común a todos sus integrantes. La organicidad de las poblaciones en los espacios ur-banos, crearon las condiciones para la gestión urbana autónoma y la conquista de la ciudadanía y lo público en la sociedad moderna. Las ciudades son centros multiplicadores de organizaciones, por la diversidad de trabajos y ocupaciones, creando una extensa red de lazos de interde-pendencia en la producción y mer-cados, así como en las relaciones sociales, políticas y militares. Asi-mismo, las organizaciones formal-mente igualitarias en la estructura social en las ciudades, han sido for-jadoras de las más diversas formas de democracia, ante la pluralidad de intereses y su convergencia en un espacio compartido con relaciones interdependientes e incluso, ha sido en las ciudades donde lo público trascendía a una dimensión nacio-nal, creándose las condiciones para la constitución del Estado Nacional o Estado Social.
En una sociedad desigual la organización condensa y potenciali-za la voluntad y actuación individua-les. De este modo, la organización es una fuerza otorgada por la repre-sentación de la voluntad colectiva, integrada y unificada en torno de propósitos compartidos. Esto es, la integración social de un grupo humano brinda las condiciones para la actuación del líder, sin integración, grupo u organización (Browne, 1958), sólo se tendrá individuos que se auto representan y sin poder. El líder al interactuar con los otros ex-ternos a la organización, lo hará con facultades de convocatoria y nego-ciación de una organización con capacidad propositiva y de acción colectiva. El líder no sustituye a la organización. Esto es, cada unidad orgánica marca límites a la acción individual de sus miembros y del líder, así como en el establecimiento de alianzas y de acción complemen-taria con otras organizaciones, o ante potenciales o reales contrapo-deres en cada contexto social parti-cular, porque toda relación de poder en democracia, genera también re-sistencia y posibilidades alternativas de decisión y de acción.
La validación social del interés y voluntad colectiva, tiene en la or-ganización su ente originario que legitima y construye lo común o público en una organización, así como la igualdad y la democracia entre sus miembros, lo que es posi-bilitado por una atmósfera social y orgánica con la que interactúa coti-dianamente.
Los individuos están insertos en espacios sociales estructurados e integrados en específicas relaciones en el poder y con el poder prevale-ciente. Así, ningún individuo puede abstraerse del tiempo-espacio de su ubicuidad en una sociedad, menos suponer que sea la fuente del poder de una colectividad, con indepen-dencia incluso de las relaciones so-ciales y de poder existente en una estructura social determinada.
9. El estudio del liderazgo ha sido una parte central e importante de la literatura sobre gerencia y conducta organizacional por va-rias décadas. Los libros, capítulos y artículos sobre el tema se cuentan hoy día por varios miles y la publicación de nuevos manuscritos continúa a una alta tasa. El área es verdaderamente interdisciplinaria. Las publicaciones sobre liderazgo pueden ser encontradas en una gran variedad de revistas académicas y aplicadas en varias disciplinas, incluyendo gerencia, psicología, sociología, ciencias políticas, administra-ción pública, y administración educativa. "Leadership Quarterly", una nueva revista dedicada exclusivamente al tópico del liderazgo, fue iniciada en 1989. (Yukl, 1990: 442).
La consideración del liderazgo como el ejercicio de poder por un individuo en una colectividad organi-zada, ha llevado a innumerables definiciones e interpretaciones, las que privilegian las cualidades del
individuo,9 pero invisibilizan las de-terminaciones organizacionales y sociales en la designación y en la delimitación de su actuación del líder.
“El liderazgo ha sido definido en términos de rasgos indivi-duales, conducta del líder, pa-trones de interacción, relacio-nes definidas por roles, percepciones de los seguido-res, influencia sobre los se-guidores, influencia sobre los objetivos de la tarea, e in-fluencia sobre la cultura orga-nizacional. La mayor parte de las definiciones de liderazgo implica un proceso de influen-cia, pero las numerosas defi-niciones de liderazgo que han sido propuestas tienen poco más en común. Dichas defini-ciones difieren en muchos respectos, incluyendo impor-tantes diferencias en términos de quien ejerce influencia, el propósito de los intentos de influenciar y, la manera a través de la cual se ejerce la influencia. Las diferencias no son solamente un caso de mi-nuciosidad académica. Ellas reflejan profundo desacuerdo acerca de la identificación de los líderes y de los procesos de liderazgo.” (Yukl, 1990: 443).
El imaginar que el liderazgo pueda actuar y condicionar el deve-nir de una organización o sociedad, como si estuviera en un universo vacío de todo contenido social o desprovisto de toda capacidad de condicionamiento, sin duda es una ilusión sin referente empírico alguno. Sin embargo, esta es una creencia que prevalece en medios académicos e incluso políticos. Así, se asume, enseña y divulga que con el cumplimiento de determinados requisitos, así como el control y ma-nejo de ciertos medios, se convierte a las personas en líderes (Hughes, 2007; Maxwell, 2007a; Lussier y Achua, 2005; Scholtes, 1999; desprovisto de toda capacidad de condicionamiento, sin duda es una ilusión sin referente empírico alguno. Sin embargo, esta es una creencia que prevalece en medios académicos e incluso políticos. Así, se asume, enseña y divulga que con el cumplimiento de determinados requisitos, así como el control y ma-nejo de ciertos medios, se convierte a las personas en líderes (Hughes, 2007; Maxwell, 2007a; Lussier y Achua, 2005; Scholtes, 1999; desprovisto de toda capacidad de condicionamiento, sin duda es una ilusión sin referente empírico alguno. Sin embargo, esta es una creencia que prevalece en medios académicos e incluso políticos. Así, se asume, enseña y divulga que con el cumplimiento de determinados requisitos, así como el control y ma-nejo de ciertos medios, se convierte a las personas en líderes (Hughes, 2007; Maxwell, 2007a; Lussier y Achua, 2005; Scholtes, 1999;
El suponer que iguales cuali-dades personales son requisitos para ser líder en cualquier orga-nización, es creer que todas las or-ganizaciones son iguales, o que sus peculiaridades no importan o que son intrascendentes para el reco-nocimiento y aceptación del líder (Maxwell, 2006). Sin embargo, no existe un líder ni organización estándar.
“En el quehacer académico y empresarial se ha ignorado la determinación de las organi-zaciones como prácticas so-ciales diferenciadoras de lo cotidiano, así como del deve-nir político de las sociedades. Las organizaciones públicas y privadas han sido apreciadas como expresiones unitarias, independientes y hasta autár-quicas. Por ello se ha criticado con acritud unas veces al Es-tado y otras a las empresas privadas nacionales y mundia-les. En otras ocasiones, los periodistas, los políticos y los académicos han interpretado a las organizaciones como mani-festaciones de los individuos. Así, han magnificado el rol del dirigente, del presidente, del gerente y del líder para negar o hacer invisibles a las colecti-vidades, culturas y socieda-des. Los premios al gerente del año, las encuestas sobre los individuos, gobernantes, delincuentes o futbolistas, así como la abundante literatura administrativa sobre cómo ser individuos exitosos, son las manifestaciones superficiales y falaces para comprender las sociedades, los Estados, las empresas y el propio compor-tamiento de los individuos.” (Huaylupo, 2001: 104-105).
El privilegio al individuo sobre la organización o sociedad, no sólo es una práctica común en la interpre-tación de las historias nacionales, también es un recurso empleado por el poder para su legitimación. Así, se asume que el liderazgo, es impo-nerse a la voluntad colectiva, como se afirmó al finalizar el proceso elec-toral costarricense en el 2006:
“Este proceso no ha sido fácil porque hemos defendido te-mas que no son necesaria-mente populares, pero el lide-razgo consiste en hacer algo impopular en algo popular.” (Alvarado, 2006: 5A).
El poder del individuo o lide-razgo, como una expresión del poder social, supone e implica particulares relaciones sociales directamente vinculadas con las características y peculiaridades de la organización en cada formación social. No puede existir liderazgo sin organicidad de un grupo o una población, sin que exista un espíritu ni una voluntad colectiva unitaria y compartida, los que son atributos que deberá encar-nar un líder (Stogdill, 1958), a la vez que constituirán pautas que delimi-tan la actuación y representación de su poder.
Un individuo ajeno a los in-tereses y voluntad colectiva, y que imponga su criterio interesado extra-ño a una organización, quizás será un autócrata o tirano, pero jamás podrá ser su líder, como tampoco existen líderes para cualquier orga-nización ni para cualquier tiempo social ni sociedad. La designación o reconocimiento del liderazgo de una persona, es efectuada en todos los casos por una colectividad de una organización, formalizada o no, en razón de la representación, com-promiso y acción del individuo con las intencionalidades, propósitos y espíritu de la organización. Esto es, no son las cualidades o característi-cas de una persona, valorada en sí mismas las que están incidiendo para convertirse en un líder, sino cuando estas cualidades, identidad y actuación individual, son valoradas y reconocidas por los integrantes de una organización, como un fiel re-presentante de la voluntad colectiva de la organización. Por ello, el lide-razgo es un poder legítimo porque representa democráticamente a una colectividad orgánica.
Esto es, de ninguna manera es posible afirmar que el líder es líder de sí mismo o que sea un arte como cree Peiró (2008), así también se interpreta que se es líder quien persuade, motiva y conduce a una colectividad, en razón de su perso-nalidad y trato personal (Goleman, Boyatzis y McKee, 2003), o se llega a imaginar paradójicamente que se es líder, aun cuando no logra la con-fianza ni se ejerce liderazgo en una población (Fairholm, 1994), e incluso se cree que un individuo es líder porque tiene una estructura neuronal particular que lo hace seguir siendo líder aún cuando es “disonante” o un disociador de los miembros de una organización (Goleman, Boyatzis y McKee, 2003). Estas interpretacio-nes monistas, simplistas e indepen-dientes de grupo humano, son simi-lares a las empleadas por programas contrasubversivos, como la Alianza para el Progreso (1961-1970), apli-cado en América Latina por el De-partamento de Estado de Estados Unidos, el que entre otras activida-des detectaba líderes en las comu-nidades agrarias para capacitarlos o adoctrinarlos fuera del país, dado que creían que eran ellos quienes podrían orientar la acción de las comunidades por otros caminos políticos, pero ocurrió que cuando fueron reincorporados esos “lideres” en sus lugares de origen, simple-mente habían dejado de ser líderes, porque eran extraños, ya no repre-sentaban las necesidades, preocu-paciones, intereses ni aspiraciones de sus comunidades.
“Es así como poder y organi-zación están ligados entre sí de manera indisoluble. Los ac-tores sociales no pueden al-canzar sus propios objetivos más que por el ejercicio de re-laciones de poder, pero al mismo tiempo, no pueden ejer-cer poder entre sí más que cuando se persiguen objetivos colectivos cuyas propias res-tricciones condicionan en di-recta sus negociaciones.” (Crozier y Friedberg, 1990: 65). “Es así como poder y organi-zación están ligados entre sí de manera indisoluble. Los ac-tores sociales no pueden al-canzar sus propios objetivos más que por el ejercicio de re-laciones de poder, pero al mismo tiempo, no pueden ejer-cer poder entre sí más que cuando se persiguen objetivos colectivos cuyas propias res-tricciones condicionan en di-recta sus negociaciones.” (Crozier y Friedberg, 1990: 65). “Es así como poder y organi-zación están ligados entre sí de manera indisoluble. Los ac-tores sociales no pueden al-canzar sus propios objetivos más que por el ejercicio de re-laciones de poder, pero al mismo tiempo, no pueden ejer-cer poder entre sí más que cuando se persiguen objetivos colectivos cuyas propias res-tricciones condicionan en di-recta sus negociaciones.” (Crozier y Friedberg, 1990: 65).
10. En el pensamiento económico hay una precaria o nula apreciación de las rela-ciones sociales del pasado en la eco-nomía del presente. El pasado en la vi-sión neoclásica, se simplifica con cantidades, las que pueden ser modifi-cadas sin ninguna otra determinación. Asimismo, Keynes al afirmar “… a largo plazo estamos todos muertos” (Keynes, 1981), renuncia a comprender las ten-dencias del pasado y presente sobre el futuro, pero también guarda continuidad con el formalismo neoclásico, al suponer el control y manipulación del presente para transformar la realidad por la acción individual. De ninguna manera se sus-tenta la determinación fatalista del pasa-do sobre el presente, pero tampoco, es posible validar la indeterminación de las relaciones sociales ni el control individual en la complejidad de las relaciones del presente.
La designación de un líder no es por un acto electoral, aunque éste podría confirmar el poder del líder, convirtiéndolo también en autoridad. Pero, en todos los casos el liderazgo es el resultado de un proceso de-mocrático del grupo humano u orga-nización. El liderazgo, es el resultado de una relación social cotidiana entre
los individuos de una organización, en donde la colectividad destaca la labor de un individuo en la consecu-ción de las acciones y orientaciones de la organización en un tiempo determinado. El líder materializa la identidad entre el individuo y la co-lectividad organizada en un tiempo o coyuntura determinada, pues no es posible imaginar un líder eterno, pues no existe entidad colectiva que sea incólume a los cambios en un mundo dinámico, aun cuando la conversión de líder en tirano, no es extraño en la historia de las organi-zaciones, pueblos o sociedades en Latinoamérica y el mundo.
La autosuficiencia individualis-ta y de la concepción predominante sobre el liderazgo, supone el control de todas las circunstancias de un peculiar presente, el que es conce-bido como una hechura de indivi-duos, autónomos y sin antecedentes ni historia que los condicione (Fischman, 2000b). De manera simi-lar, el futuro en esa visión, sólo es apreciado como una prolongación del presente, susceptible de la mani-pulación individual. Dicho de otro modo, la individuación asume una vida social sin pasado ni futuro, sólo es un incesante presente. Esta vi-sión es también compartida con el pensamiento económico10 y las prácticas económicas y las técnicas administrativas del presente.
La visión individualista del lide-razgo es transhistórica, sin tiempo ni espacio, a la vez que reduce la com-prensión del fenómeno del poder en la organización social a una interpre-tación simplista y mecanicista. Asi-mismo, revela estar sustentado en un epistemológico idealista, incapaz de comprender un mundo complejo y multideterminado.
En consecuencia, la pondera-ción individualista del pasado, pre-sente y futuro, no podría ser más que la inevitable sucesión caótica de prácticas individuales, en sociedades desiguales y contradictorias. En tal sentido, la pretendida racionalidad de las prácticas individuales, supo-nen un mundo armónico, alejado de contradicciones y antagonismos, lo que es una interpretación weberiana y funcionalista de la acción racional, en donde la disfuncionalidad y el conflicto es apreciada como irracio-nal y anómica, o como una interven-ción patológica de individuos (Fromm, 1970).
“La presunción de que sea posible hablar de racionalidad sólo cuando se aplican ciertos criterios y determinados méto-dos, fijados a priori, no puede sino ser fruto de cierto dogma-tismo. Un auténtico pensa-miento crítico debe, por el con-trario, inducirnos a admitir que la racionalidad se puede expli-car de manera siempre nue-va.” (Geymonat, 1980: 82).
“En general vivimos con una imagen falsa de lo que es la acción organizada. Sobreva-luamos demasiado la raciona-lidad del funcionamiento de las organizaciones, lo cual nos conduce, por una parte a ad-mirar desconsideradamente su eficacia o, por lo menos, a creer que ésta está implícita en ellas, y por otra, a manifes-tar temores exagerados ante la amenaza de opresión que podrían representar para los hombres.” (Crozier y Fried-berg, 1990: 35).
El privilegio al individualismo está inscrito en un sistema predomi-nante que legitima su privilegio en un sistema patrimonialista y de linajes (Braudel, 1985), como en el sistema feudal, que niega la igualdad y sata-niza las ideas y actuación de actores sociales distintos o contrarios al po-der prevaleciente. En ese contexto, el poder se ejerce autocráticamente, en una atmósfera social que lo vali-da, pero de ninguna manera es la representación colectiva y democrá-tica de un líder en su organización. Esto es, la individuación del poder, no es equivalente de liderazgo, sólo es aparente la interpretación indivi-dualizada del poder de autócrata o tirano.
Suponer que los líderes nece-sariamente son promotores o conti-nuadores del poder, creencia o ideo-logía dominante, más allá de la posición de la organización a la que se pertenece, es la negación de la posibilidad de construcción de una identidad social orgánica, distinta, contradictoria o antagónica con el poder centralizado. Sin embargo, la complejidad y diversidad organizati-va en la sociedad, admite y requiere el disentir ideas y prácticas distintas al poder político, como una condición para la construcción de una demo-cracia y de un futuro compartido o interdependiente.
“Todos sabemos cómo es un líder: triunfador, exitoso, agre-sivo, dinámico;… […]
La mayoría de las personas sabemos perfectamente que los líderes son visionarios; tie-nen una elevada capacidad para resolver problemas; sa-ben motivar, trabajan en equi-po, son fuertes de carácter, asumen riesgos.” (Borghino, 1998: 15).
“Este cambio de la administra-ción al liderazgo es principal-mente de punto de vista y acti-tud. El liderazgo nos mueve de la rigidez a la flexibilidad. Per-mite que nos adaptemos a un entorno más incierto, nos lleva a asumir responsabilidades, tomar la iniciativa, hacer lo correcto y, en consecuencia a ser excelentes.
No debe sorprender que el li-derazgo dinámico esté arra-sando con las “normas socia-les” familiares y tradicionales que se establecieron en la era de la administración jerárquica estable. […] Las empresas necesitan menos administra-dores y más líderes, …” (Goldsmith, 2001: 15).
Las caracterizaciones omnipo-tentes atribuidas al liderazgo, en ocasiones son concepciones intere-sadas que enmascaran propósitos muy distintos a la comprensión del poder en las organizaciones, para ponderar prácticas que emanan de poderes posesivos y autocráticos. Así, incluso se llega a desarraigar la noción de liderazgo a las personas y las relaciones sociales en sus orga-nizaciones, para denominar a las empresas globales y las tecnologías como líderes, cuando éstas contro-lan monopólica o cuasi monopólica-mente los mercados, con lo que se transfigura la relación social entre el líder con la organización, para aso-ciarlos con procesos políticos de dominación en las relaciones mer-cantiles (Aaker y Joachimsthaler, 2006). El liderazgo no es una técnica ni es una organización, como tam-poco es una potencia política, militar o económica. La denominación de liderazgo a las prácticas desde el poder posesivo y privado, encubre el poder excluyente de personajes, empresas y naciones, niega la de-mocracia y violenta los derechos individuales y sociales, lo que es contrasentido del poder que emana de la voluntad de una colectividad en cada organización (liderazgo). Asi-mismo, en una perspectiva similar se cree que todo éxito en las organi-zaciones es obra de los líderes que las han conducido (Barnes, 1997; Rothschild, 1993; Businessweek, 2007), lo que oculta a los integran-tes, las organizaciones con las que interactúa y las condiciones del con-texto que han posibilitado un even-tual éxito.
El estudio del liderazgo ad-quiere importancia particular en el presente, por la ausencia de repre-sentación democrática en los proce-sos organizativos de la sociedad, y por la pérdida de organicidad de los sectores subalternos de la sociedad contemporánea, lo que ha concedido espacio para que poderes autocráti-cos y posesivos, privaticen las cate-gorías y el análisis, así como el in-terés general y representación de la sociedad. Rescatar el poder como una relación social es la valorización del estado actual del conocimiento científico, así como analizar el lide-razgo como una expresión democrá-tica con cada colectividad orgánica, es la ponderación de la democracia como el mejor medio para lograr la libertad, igualdad y la justicia social.
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