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Responsabilidad social

de las universidades de nuestra

Gustavo García de Paredes** América*

PALABRAS PRONUNCIADAS POR EL DOCTOR GUSTAVO GARCÍA DE PAREDES, RECTOR DE LA UNIVERSIDAD DE PANAMÁ, DURANTE EL ACTO DE TOMA DE POSESIÓN, EN CALIDAD DE PRESIDENTE, DE LA UNIÓN DE UNIVERSIDADES DE AMÉRICA LATINA, UDUAL.

PALABRAS CLAVES: RESPONSABILIDAD SOCIAL / EDUCACIÓN SUPERIOR / AMÉRICA LATINA

Podríamos iniciar este colo-quio como se inician los cuentos de hadas, y decir:

* Discurso del Señor Rector de la Univer-sidad de Panamá y Presidente entrante de la Unión de Universidades de Améri-ca Latina y el Caribe, UDUAL, en el mar-co de la LXXXIV Reunión de la Secretaría General del Consejo Superior Universi-tario de Centroamérica, CSUCA, cele-brada en Santo Domingo, República Dominicana, el 25 de febrero del 2008.

** Rector de la Universidad de Panamá.

Recibido: 26 de febrero del 2008.

Aceptado: 4 de abril del 2008.

Había una vez, en una época no tan lejana, que las univer-sidades monopolizaban el manejo del conocimiento. La mayoría de las investigaciones estaban a cargo de estos cen-tros de enseñanza y el produc-

to de sus esfuerzos incidía de-cisivamente en el desarrollo de los países. Pero de la no-che a la mañana dejó de ser así.

La tendencia actual es que la vanguardia tecnológica esté en ma-nos de las grandes empresas y que la investigación sea un negocio de incalculables sumas de dinero y recursos.

Hoy las leyes del mercado afianzan la tendencia darvinista que recupera los espacios que la lucha social les arrebatara en algún mo-mento. El pragmatismo comercial y los criterios de competitividad que la sustentan arrebatan a las universi-dades territorios en el que alguna vez reinaron. Despojadas y atrapa-das en los sortilegios de la burocra-cia, ahora se ven obligadas a jugar papeles subalternos en el terreno de la investigación aplicada.

En el Primer Mundo, donde la abundancia bien podría justificarlo todo, es natural que las tendencias corporativas, industriales y comercia-les se impongan.

En Latinoamérica, cuyas cau-sas habría que analizar, las universi-dades (con raras excepciones) nun-ca gozaron de la confianza de los gobiernos; y éstos últimos (los go-biernos) optaron por crear institucio-nes de investigación paralelos. Se argumentó que la regencia directa de estas estructuras estatales de investigación, bajo la supervisión directa de los ministerios, serían soportes más eficaces, estables y productivos.

Muchas universidades, por ra-zones aun más pueriles, como estar a merced de la politiquería criolla, se han ido marginando de los avances científicos y tecnológicos. Interna-mente procuran crear sistemas que les permiten captar información con fines puramente academicistas. Pero en la mayoría de los casos, dejan de ser actoras de primera fila.

Todo parece indicar que las universidades son nichos creados con el propósito de adaptar la infor-mación a los sistemas educativos vigentes y, en el mejor de los casos, difundirla con el rimbombante mote de tecnología nacionalizada. Pero no dejan de ser copias al carbón, xerocopias, ayunas de originalidad, sin ningún afán trascendente.

Creo, sin embargo, que no todo está perdido. Las universidades de la región todavía tienen la posibi-lidad de hacerse útiles y necesarias si sus expectativas docentes, cientí-ficas y extensivas se vinculan direc-tamente a la estrategia de desarrollo nacional. Es cuestión de convertirlas en herramientas de los procesos productivos y vincularlas a las agen-cias del Estado, a la actividad em-presarial y comunitaria.

En el siglo XXI, específica-mente en el Tercer Mundo, esta es una vía probable y comprobable. La Universidad-Empresa, por ejemplo, apunta en esa dirección. La relación que se establezca a través de esta figura tiene que contemplar ganan-cias para la universidad, el Estado y la empresa privada; pero también y sobre todo, para los sectores margi-nales y excluidos. Porque sin com-partir deberes, derechos y beneficios entre las universidades, el Estado, la empresa privada y la comunidad es impensable el desarrollo nacional con algún grado de coherencia y competencia.

Nada en el horizonte indica que la carga presupuestaria de las universidades del Tercer Mundo será soportada por Estados en perma-nente crisis económica, y cada vez más dependientes de los poderes hegemónicos mundiales, empeque-ñecidos financiera y moralmente. No obstante, algunos fenómenos, como la pobreza, cuya existencia no nece-sita demostración induce a insistir, a no cejar, a abrir nuevos espacios a los sueños para que se hagan realidad.

La miseria de nuestros pue-blos, sobre todo en las áreas rurales y marginadas, se revela en forma mucho más chocante si se la obser-va a la luz de los cambios científicos y tecnológicos. Cada vez que en el llamado Primer Mundo se produce un salto de calidad técnica, la per-cepción es alucinante. El espacio que se abre entre los países que tienen la iniciativa histórica y los subordinados, se ensancha.

Mientras en el seno de algu-nos organismos internacionales se discute y negocia el destino de los pobres, los mismos pobres, ajenos por completo a estas discusiones que los afecta, siguen trabajando con sus métodos arcaicos y tradicio-nales. Ignoran que su suerte se juega a los dados en tableros lejanos y desconocidos.

Se dice, con mucha frecuen-cia, que la educación es la vía más expedita para cerrar la brecha tec-nológica entre los países del Primer Mundo con respecto a todos los demás. Afirmación inobjetable, casi como el descubrimiento del agua tibia, que merece todo nuestro respeto.

Pero semejante enunciado, por sí solo, no basta. Siempre habrá que preguntarse a renglón seguido: ¿de qué educación se habla? Y toda respuesta a esta pregunta pro-vocará nuevas preguntas, y ensan-chará las dudas que ya tenemos sobre la posibilidad de no extraviar las buenas intenciones en un labe-rinto de angustias y desencantos.

Desde hace mucho tiempo los pedagogos, estudiantes, empresa-rios y otros sectores de la sociedad, entienden que los planes de estudio deben ajustarse a la demanda de conocimientos, llamados de punta. Pero, a la hora de elaborar la oferta se agudizan las contradicciones. Muy pocos saben por dónde empe-zar. Cada quien, de acuerdo con su profesión o antecedentes académi-cos, incluso a partir de inclinaciones afines a su propia historia personal, pondera las carreras que deben promocionarse, o las asignaturas que deben agregarse o suprimirse de los currículos.

Algunos demandan la aboli-ción de las materias llamadas “humanísticas”, “artísticas” y “cultura-les”. Sugieren que la “profesionali-zación” de alguna manera se inicie desde los niveles básicos porque, de esta manera, le ganarán la batalla a lo superfluo.

A mi juicio, la pretensión de limitar el currículo a materias de especialización en etapas tempra-nas, podría inclinar peligrosamente la brújula del conocimiento en direc-ción opuesta al progreso, a desandar caminos andados, a generar caren-cias intelectivas en detrimento de la formación integral humana.

Es bueno recordar que esta tendencia, al ignorar las fases del desarrollo de la inteligencia [senso-motriz, pre-operacional, instintiva, de las operaciones concretas o de las operaciones formales] descri-tas por psicopedagogos como Gian Piaget, podría desnaturalizar el pro-pósito humanizador-formador de la escuela.

Vivimos épocas de cambio. La oferta académica de hoy, además de preservar y propagar el conocimien-to, debe reciclarlo y crearlo diaria-mente, valga el símil, como se hace con las páginas de la web.

La oferta de conocimientos debe supeditar la inmediatez de los contenidos por los contenidos de lo mediato. Más que enseñar, debe enseñar a razonar. Educar no sólo para que el individuo asimile la in-formación dada sino para que la procese, la someta a la crítica del juicio y sea capaz de prever la diná-mica del cambio que todo conoci-miento lleva en sus entrañas.

Estoy convencido de que sin planteamientos filosóficos sustanti-vos que orienten los currículos uni-versitarios, cuyo eje sea la prepara-ción del ser humano para toda la vida, estaríamos creando una nueva Torre de Babel en el universo pe-dagógico de la post modernidad, lo que podría provocar el nacimiento de una raza de barbarie informada, o la creación de ejércitos de analfabetos ilustrados.

Por eso insisto en ello una y otra vez: todo sistema de enseñaza debe concebirse como una vía hábil para reformar sus propios fundamen-tos en forma constante y sostenida, para entender la esencia cambiante del conocimiento humano, para per-mitir ajustes inmediatos o introducir cambios curriculares según los avances científicos y tecnológicos.

Si el sistema simplemente informa y no forma, el profesional carecerá de las herramientas con-ceptuales que le permitiría asimilar los cambios, entenderlos y ajustarse a los nuevos contenidos. No debemos olvidar que el informado rechaza toda novedad. Mientras que el formado las entiende, las acepta naturalmente y contribuye a renovarla.

El individuo formado es aquel que puede convertirse en eslabón de la educación continua y del progreso social. Siempre estará mejor prepa-rado para sobrevivir profesionalmen-te y jugar roles protagónicos en una sociedad en la que lo único perma-nente es el cambio.

Por esa razón creo que la es-pecialización profesional debe darse después de que el sujeto haya ad-quirido y desarrollado las herramien-tas que le permitan, en primer lugar, pensar, y luego transitar del pensa-miento concreto al abstracto, sin lo cual tendría muchas dificultades para profesionalizarse integralmente y adaptarse a las mudanzas del tiempo. La lengua materna, la ma-temática, el lenguaje de las ciencias y las artes pertenecen al tipo de herramientas por el que abogamos.

En esa misma línea de pen-samiento, al enlazar ambos concep-tos, pobreza-educación, es posible tomar distancia de la metafísica y entrar de lleno en el plano de lo que es importante para todos los seres vivos, y particularmente, para los humanos: la vida, la supervivencia.

De lo que se infiere, entonces, que los procesos de enseñanza aprendizaje tienen, como uno de sus propósitos, incrementar las capaci-dades humanas en las áreas productivas.

No tengo ninguna razón para objetar algunas líneas históricamen-te establecidas, vinculadas a la su-pervivencia, al desarrollo, a la activi-dad productiva. Pero, sin duda, ese sesgo de nuestra economía también refleja distorsiones, como por ejem-plo, rezagos endémicos en la activi-dad agropecuaria, dependencia ali-mentaria, marginalidad estructural y exclusión comunitaria.

En otras palabras, la existen-cia de un entorno de pobreza, al que defino grosso modo como un siste-ma de vida de acumulación y caren-cias; validado social, cultural y mo-ralmente por la costumbre y las instituciones; tan arraigado en la psique colectiva que hasta los más afectados oponen resistencia a los cambios que los favorecen.

Por eso, a pesar de la euforia que provoca en algunos círculos la Era del Conocimiento [a la que tam-poco descalifico, sino todo lo contra-rio, pondero en su justa dimensión] pienso, a contra corriente, que la clave del desarrollo humano debe cimentarse en la explotación respe-tuosa de los recursos de la tierra.

Incorporémonos pues al uni-verso de las comunicaciones y la informática, saquemos provecho de las tecnologías digitales, no desper-diciemos la oportunidad que nos brinda la red de satélites que circun-vala la tierra.

Pero eso no debe inducirnos a olvidar que la relación de los seres humanos con la naturaleza, en términos simbióticos y armoniosos, sin las costosas trasgresiones de sus reglas, se convertirá en el reto de las próximas generaciones.

Considero que el turismo es bueno, que las inversiones inmobilia-rias ayudan. Pienso que abrir las playas, los bosques y montañas a los viajeros del mundo podría no estorbar, si se enmarcan dentro de una estrategia planificada. Pero también creo que es necesario que los gobiernos de nuestra América sigan considerando la producción agroindustrial como uno de los factores estratégicos del desarrollo nacional.

Es muy peligroso abandonar el campo por prestar atención a otros intereses. La peregrina idea de que en una sociedad globalizada lo mejor es que la producción de alimentos deba dejarse a los más eficientes, a los más capaces, a los que controlan los recursos tecnológi-cos, y dedicarse a otras cosas, al turismo, a la artesanía, por ejemplo, entraña peligros inimaginables.

También hay que buscar la eficiencia en la producción agrope-cuaria como garantía de indepen-dencia nacional y de ¡supervivencia!

Y digo esto porque la alimen-tación hará crisis a nivel planetario y cada país terminará por enfrentar sus propias demandas. El día me-nos pensado quienes dependan de la producción foránea terminarán desarrollando una economía muy débil. Por ello es fundamental mejo-rar y mantener las estructuras productivas nacionales en perfecto estado.

En mi modesta opinión, no existe peor servidumbre que la que provoca la dependencia alimenticia. Y el perfil del sistema educativo, sea cual fuere, en el país que fuere, debe considerar como prioridad la soberanía alimentaria, con el propó-sito de evitar sorpresas apocalípticas en el futuro inmediato.

Debo confesar que no resulta fácil a las universidades oficiales introducir estas ideas de cambio en consideración de las demandas de desarrollo del país, dado que ellas, como instituciones, reflejan las es-tructuras establecidas.

Me explico mejor con un ejemplo. En las universidades oficia-les se contratan “profesores regula-res”, docentes que ganan sus cáte-dras por concurso y, debido a ese mecanismo, adquieren permanencia. ¿Qué significa “permanencia? Signi-fica estabilidad [por no llamar eterni-dad]. Es un mecanismo creado con la intención de garantizar libertad de cátedra y evitar abusos por parte de los poderes constituidos.

Pero esta “conquista”, al evo-lucionar en forma perversa, puede dar refugio a la mediocridad, y reba-jar la calidad y productividad acadé-mica. ¿Y por qué ocurre esto? Por-que los profesores, al adquirir inamovilidad legal son dados a des-deñar los desafíos del desarrollo. Dejan de estudiar y de perfeccio-narse. No tienen la obligación de investigar. No les motiva la excelen-cia académica. En América Latina la estabilidad es sinónimo de impuni-dad y ésta es inmanejable y obstacu-lizante al cambio.

Algunas carreras, por ejemplo, han saturado el mercado y no pue-den retirarse del pensum porque el catedrático ha sido incapaz de am-pliar sus conocimientos en otros campos del saber. Y hay que garan-tizársele trabajo porque tiene los más honrosos de todos los privile-gios: “permanencia” y “estabilidad”. Y ¿cuál es el resultado? Sostener un sistema educativo caduco, sim-plemente para evitar el desempleo.

Demás está recordarles que si en plazos perentorios los docentes no llenaren los requisitos estableci-dos por una inevitable apertura de los mercados del conocimiento, inde-fectiblemente serán abandonados a su suerte. No tendría nada de parti-cular si la anunciada catástrofe se redujera a la esfera individual. El problema es que podrían arrastrar tras de sí a las instituciones erigidas para ayudar a construir el Estado nacional democrático, participativo e incluyente, reclamado por los países del Tercer Mundo.

En el llamado viejo continente las autonomías y barreras autonómi-cas se han borrado porque las uni-versidades están ensambladas a las estrategias de desarrollo económico y social de los Estados. Las integran en un sistema único con el objeto de evitar duplicación de gastos y es-fuerzos. Lo sistémico se impone sobre lo fragmentario. Con mucha más razón deberían hacerlo las insti-tuciones establecidas en las regio-nes incorporadas a la aldea global con retraso.

Es fácil deducir que los países hegemónicos, cuyas universidades son tratadas como las niñas bonitas del sistema, desean desarticular la competencia y condenarnos a se-guir siendo productores de materia prima.

Los países pobres, según esta visión, deben seguir haciendo el trabajo manual y sencillo: sacar petróleo, cosechar banano, coser camisas, preparar expertos en cose-cha de cítricos, entrenar barre-calles, y emigrar al Primer Mundo.

En cambio, los procesos fina-les de la alta producción, vinculados al refinamiento y comercialización, están reservados a las transnaciona-les del Primer Mundo.

No es casual, pues, la coinci-dencia estratégica de algunos go-biernos del Tercer Mundo y las financieras internacionales, en rela-ción con la disminución de apoyo a la educación superior. La misma Organización de las Naciones Uni-das para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO, en una reunión celebrada en Cádiz, a raíz de la in-corporación de nuevos socios en capacidad de aportar capital, ha sido permeada por estas corrientes vincu-las al neoliberalismo.

Estas universidades también ocupan el ciberespacio, entran direc-tamente a los hogares, info-plazas y centros de trabajo a través de Inter-net. ¿Cómo las medianas y grandes universidades podrían competir, en el futuro inmediato, con universida-des a domicilio, manejadas por con-trol remoto? Una de las respuestas es: haciendo lo mismo, educar a distancia, lo que sin duda haremos en el futuro cercano.

Otra de las posibles respues-tas, vinculada al problema del finan-ciamiento, es la autogestión. Si las universidades no evolucionan como empresas, si no desarrollan espíritu corporativo, sus posibilidades de sobrevivir serán muy remotas.

Las universidades tienen otros recursos y éstos deben capitalizarse. La inteligencia y la creatividad, en-tendida como patrimonio, puede invertirse orgánicamente, incorporar-se a la actividad industrial, incluyen-do la industria del conocimiento, y crear riqueza.

La universidad de nuestra América debe reaccionar de acuerdo con las leyes de la oferta y la demanda. A sabiendas de que no podría sobrevivir únicamente del presupuesto del Estado, de los sub-sidios y las dádivas, tiene la obliga-ción de buscar alternativas autoges-tionarias. Es, sin duda, el camino correcto.

Enfrentar la crisis de las uni-versidades estatales, desde sus propias entrañas, es mucho mejor que aguardar el gesto misericordioso o inclemente de los poderes consti-tuidos, locales e internacionales.

Señoras y señores:

¿Habrá alguna posibilidad de que la relación internacional de hegemonía y servidumbre cambie en algún momento? ¿Qué hacer para que nuestros países evolucionen al mismo ritmo de los países del llama-do Primer Mundo? ¿Qué hacer para que no existan dos, tres, cuatro y hasta cinco países en un mismo país, uno que avanza y otros que se congelan como capas geológicas en el tiempo? ¿Qué hacer para impedir que las diferencias se profundicen entre los que tienen mucho de todo y los que tienen mucho de nada?

Un modelo de vida sistémico sólo podrá modificarse si también se lo encara sistémicamente. Por eso, a mi juicio, el primer compromiso de la universidad del siglo XXI es desentrañar las claves de su sub-desarrollo, la interrelación conflictiva de los diversos entornos de su-pervivencia legados por la colonia: centrista, agropecuario, marginal y excluido.

Crear conciencia y proponer, tanto en los ámbitos académicos como en los escenarios de la vida cotidiana, en unidad con institucio-nes de Estado, gremios, sindicatos, asociaciones profesionales y empre-sariales, productores del campo y la ciudad, estrategias encamina-das a solucionar la demanda de desarrollo integral en armonía con la naturaleza