57Revista Centroamericana de Administración Pública (88)Enero / Junio 2025
El nuevo des(orden) mundial: una
discusión teórica1
The new world dis(order): a theoretical discussion
César Zúñiga Ramírez 2
Recibido: 11 de agosto del 2024 / Aceptado: 26 de febrero del 2025 / DOI: 10.35485/rcap88_4
Como citar:
Zúñiga, C. (2025). El nuevo des(orden) mundial: una discusión teórica. Revista Centroamericana de Administración Pública, 88,
57-77. DOI: 10.35485/rcap88_4
El artículo busca establecer una discusión teórica por medio de la cual se tratan de plantear algunas
hipótesis en relación con las características y desarrollos generales relacionados con la emergencia
de una suerte de Nuevo Des(orden) Mundial (NDM), caracterizado, justamente, por la estructuración
de un sistema internacional caóticamente ordenado. Para estos efectos, se analiza la importancia
de la teoría como pivote central para desentrañar los elementos sustantivos que nos permitan hacer
emerger un mapa teórico provisional para entender el NDM, no sin antes pasar revista por el orden
mundial bipolar de la época de la Guerra Fría y el periodo de transición que caracterizó el fin de este
periodo histórico, todo con el objeto de desentrañar las tendencias fundamentales de este NDM en el
que se mueve el mundo actualmente. En el colofón, el artículo avanza algunas reflexiones finales para
sugerir líneas de investigación, así como las conclusiones del esfuerzo, en cuanto a los desafíos que
este NDM le impone a la región latinoamericana.
Palabras clave: DESORDEN MUNDIAL, SISTEMA INTERNACIONAL, CAÓRDICA INTERNACIONAL,
GUERRA FRÍA, GOBIERNO DIGITAL
The article seeks to establish a theoretical discussion by means of which we try to put forward some
hypotheses in relation to the characteristics and general developments related to the emergence
of a sort of New World Dis(order) (NWO), characterized, precisely, by the structuring of a chaotic
1 Las ideas acá planteadas se desarrollaron al calor de una discusión crítica con el profesor catedrático de la Universidad de Costa Rica, Ronald
Fernández Pinto (q.d.D.G.). Este artículo se escribe en su memoria.
2 Investigador independiente, San José, Costa Rica. Profesor asociado del Doctorado en Gestión Pública y Ciencias Empresariales del ICAP. Email:
zunigacaz@yahoo.com
Resumen
Abstract
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international system. To this end, the importance of theory is analyzed as a central pivot for unraveling
the substantive elements that allow us to make emerge a provisional theoretical map for understanding
the NDM, not without first reviewing the bipolar world order of the Cold War era and the transition
period that characterized the end of this historical period, all with the aim of unraveling the fundamental
tendencies of this NDM in which the world is currently moving. In the colophon, the article advances
some final reflections to suggest lines of research, as well as the conclusions of the effort, regarding
the challenges that this NDM imposes on the Latin American region.
Keywords: WORLD DISORDER, INTERNATIONAL SYSTEM, INTERNATIONAL CHAORDIC, COLD
WAR, DIGITAL GOVERNANCE
Introducción
Cuando se analizan los fenómenos internacionales se debe tener el cuidado de afinar el lente
de observación. Los hechos que parecen evidentes: una invasión, una guerra, una reunión
internacional o un colapso financiero regional son solo las puntas de un iceberg que expresa un
plexo de condicionamientos en su núcleo, en interacción e interdependencia profundas. Si la realidad
de las sociedades particulares ya resulta demasiado compleja para su aprehensión, mediante el
conocimiento y el método científicos, esto se potencia cuando de la realidad internacional se trata.
Como contrapunto, se tiende a endilgarle una explicación parcial y fragmentaria a
los hechos internacionales notorios, usualmente, al conectarlos a una sola o unas pocas
causas evidentes. La manera de reducir este sesgo “natural” del análisis, hasta donde se
pueda, desde luego, consiste en utilizar el instrumento esencial de los científicos sociales:
la teoría. Esto es esencial, por cuanto los profundos cambios que experimenta el mundo,
y que se han acelerado notoriamente en los últimos tres lustros, reflejan nítidamente:
una sociedad internacional con nuevas constelaciones de poder, más globalizada, regionalizada e
interdependiente; con un número mayor de actores en liza, particularmente, los de naturaleza no
estatal, e importantes cambios en la naturaleza y la agencia de los actores estatales tradicionales,
lo que pone en cuestión su centralidad; y cambios sustanciales en cuanto a su naturaleza, las
fuentes y las pautas de distribución del poder y la riqueza (Del Arenal y Sanahuja, 2017, p. 13)
En esta perspectiva, las teorías políticas y de las relaciones internacionales, así como
las aproximaciones económicas, sociológicas y antropológicas contemporáneas, parecen
indicar algunas vías para abordar el fenómeno de interés de estas líneas y que cuajan en la
idea de lo que podemos considerar el Nuevo Des(orden) Mundial [NDM]. Se puede hablar
de desorden, justamente, porque la teoría y sus referentes fácticos parecen indicar que el
sistema internacional funciona en una suerte de desorden ordenado, una especie de caos que
se ordena y metaestabiliza, internacional y societariamente, en función de diversas aristas.
El objetivo del presente artículo es establecer una discusión teórica por medio de la cual se
tratan de plantear algunas sospechas de investigación al respecto. Para estos efectos, se analizará
la importancia de la teoría como el pivote central para desentrañar los elementos sustantivos que
permitan hacer emerger un mapa teórico provisional para entender el NDM, no sin antes pasar
revista por el orden mundial bipolar de la época de la Guerra Fría y el periodo de transición que
caracterizó el fin de este periodo histórico, todo con el objeto de desentrañar las tendencias
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fundamentales del Nuevo Des(orden) Mundial en el que se mueve el mundo en la actualidad.
1. La importancia de la teoría: luces para
entender nuestro mundo
En el campo de las Ciencias Sociales y, en particular, de la Ciencia Política y las Relaciones
Internacionales, los problemas relacionados con la construcción de teorías se expresan en su
uso concreto para el desarrollo del conocimiento disciplinar correspondiente. La cuestión de
la complejidad de la vida social e internacional nos lleva por la senda de la elaboración teórica
múltiple y del pluralismo epistemológico, teórico y metodológico. Una teoría particular solo expresa
un punto de vista específico de aquellos que la proponen, por lo que, en un relativismo genético,
propio de las Ciencias Sociales, si con Luhmann (1998) avalamos la tesis de la autorreferencia
de la mente en tanto sistema psíquico, debemos abrazar la perspectiva conceptual compilatoria.
El pluralismo causal, como principio base de primera importancia para la teoría de las
relaciones internacionales, sin duda, ha venido desarrollándose con mayor interés desde
que se vieron superados los enfoque que privilegiaban posturas más monádicas (énfasis
en los Estados) o diádicas (énfasis en las clases, los poderes mundiales -Guerra Fría- o
desarrollo vs. subdesarrollo), por perspectivas más complejas que ven factores múltiples de
causalidad sobre los fenómenos internacionales. En este sentido, para algunos pensadores:
el progreso de la gobernanza global en el siglo XXI supone un compromiso entre los Estados, las
transnacionales y la sociedad civil sobre los principales interrogantes de la agenda internacional.
Argumentan que la investigación tendría que desembrollar la relación intrincada y cambiante
entre los Estados, los agentes del mercado y las instituciones en el contexto de la globalización
(García, 2021, p. 58)
En efecto, la visión caleidoscópica de la construcción conceptual en las ciencias sociales
parece ser la apuesta más prometedora de sus disciplinas, luego de la debacle del funcionalismo
estructuralista -clásico- predominante en los años setenta y ochenta del siglo pasado, en su afán
por construir “una” ciencia; y los resultados poco halagüeños de su Mefistófeles epistemológico, los
enfoques posmodernos de la teoría. Paradójicamente, la tesis del “todo vale” de Feyerabend (1981)
-en lo que a la ciencia se refiere- parece imponerse en un mundo que, empíricamente, cada vez más,
supera lo que la ciencia tiene que decir sobre este, desde su “tecnolecto” teórico particular, cuestión
que, sin duda, nos recuerda el principio supremo de todas las disciplinas científicas, a saber, que la
implacable realidad empírica es el toque de queda de toda reflexión conceptual.
En este contexto, la aproximación sistémica al entendimiento de los fenómenos internacionales
representa una alternativa muy útil para lidiar con semejante esfuerzo de conocimiento, sin demérito de
lo que otras tradiciones teóricas puedan subsidiar. De esta forma, el sistema internacional corresponde
con una operación funcional planetaria en la que circula información en una red de interdependencia
compleja de procesos generados por sus subsistemas componentes, que materializan el intercambio
de comunicación, energía, bienes, servicios, símbolos, imágenes, personas y poder, la cual conecta a
sus partes integrantes -dichos subsistemas-, los que se manifiestan, al mismo tiempo, como causas
y consecuencias del sistema como un todo (Castells, 1998) 3 .
3 Compárese con Luhmann (1998) y García (2021).
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Esta información, materia prima del sistema internacional, transita por medio de una circularidad
dinámica de retroalimentación entre los insumos que recibe el sistema y que, mediante sus operaciones
funcionales, transforma en productos que regresan al entorno interno que regula los intercambios de
sus subsistemas componentes, sean los Estados, las empresas, las organizaciones internacionales
y las mismas personas. Finalmente, las operaciones funcionales del sistema internacional se ven
modeladas y procesadas por el problema de la complejidad creciente, lo que hace que dicho sistema
tenga que crear mecanismos de simplificación -reducción- de esa complejidad, para hacerlo inteligible
para los agentes que participan de él (García, 2021).
La complejidad constituye un constructo conceptual de primera importancia para las diversas
teorías en todos los niveles, sea que se trata del abordaje autopoiético de los sistemas sociales
propuesto por Luhmann (1997a), del análisis de la contingencia dinámica en el mundo de la vida
cotidiana que abordan las teorías del actor (Beyme, 1994), o bien, de la indeterminación o poiesis
de aquellos enfoques que dan a lo imaginario y lo simbólico un papel central (Castoriadis, 1989). En
el fondo de esta discusión, el concepto del caos se vuelve esencial como elemento articulador de la
sociedad, las organizaciones humanas y del mundo entero.
El reconocimiento del caos implica aceptar la complejidad como el problema esencial que deben
enfrentar los sistemas sociales y, desde luego, entre estos, el sistema internacional. La sociedad
debe lidiar con el caos no como una situación exótica o de excepción, sino como una fundamento
ordinario y natural de toda operación funcional o de significación de aquella. Por lo tanto, el mundo
y las organizaciones que lo hacen efectivo es caórdico, es decir, se construye a partir de un caos
ordenado.
Esto implica que los sistemas organizacionales que ponen a caminar el mundo en toda su
extensión, sea en las sociedades o en el plano internacional, deben funcionar inteligentemente, de
tal manera que logren fomentar el trabajo en equipo y el liderazgo de las personas que los hacen
operacionales, para sobrevivir el dilema de la complejidad (Van Eijnatten, 2004).
La visión caórdica de la realidad internacional es la apuesta teórica más pertinente que se
puede asumir, si se quiere lidiar con la enorme complejidad de un sistema global que los científicos
sociales, politólogos e internacionalistas estamos obligados a examinar, para encontrar respuestas
a los enormes problemas que cristalizan en sus dinámicas. El mundo es caótico, pero se ordena o
metaestabiliza al lidiar con el caos, por medio de la reducción selectiva de la complejidad, lo que
genera un mapamundi ordenado para el observador, sea académico o participante (en lo económico,
cultural o político), que se asienta sobre una contingencia compleja de múltiples causas y efectos
interdependientes.
2. Hacia el Nuevo Des(orden) Mundial: un balance
en perspectiva histórica
Si con los teóricos más avanzados del mundo aceptamos el problema de la complejidad de las
sociedades, sea en el plano doméstico o en el plano planetario, está claro que entender el orden global
de nuestro planeta sugiere dos aproximaciones iterativas: por un lado, el sistema internacional es
caótico, por lo que debe entenderse caórdicamente y; por otro, si esta realidad presenta características
ferozmente innovadoras, entonces el sistema se articula por medio de un Nuevo Des(orden) Mundial.
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Empero, ¿cómo se ha llegado hasta esta conclusión? Si con las aproximaciones ontológicas de
las ciencias sociales y económicas aceptamos que estas son todas disciplinas históricas, es decir,
que no es posible entender un fenómeno social o internacional y, más aún, explicarlo, sin visualizar
el mundo como un resultado histórico, entonces dichas ciencias son homónimas en ese sentido
(Zapata, 2014). En esta sección, procede responder a esta interrogante.
2.1 La locura estratégica maniquea del viejo orden mundial
El análisis de la evolución del sistema internacional reciente, que nos lleva hasta el NDM, obliga
ponderar de dónde vienen las características esenciales del sistema, así como su eventual trayectoria,
en términos de la evolución prospectiva de estos rasgos. Desde luego, dicha evolución de nuestro
mundo ha venido ocurriendo desde que existen las sociedades, por lo que está claro que lo que
procede es realizar un corte arbitrario para atenazar mejor el objeto de interés, sin descuidar los
profundos plexos que, en cualquier caso, explican todos los pormenores que hoy podamos elucidar.
El parteaguas natural para entender el NDM corresponde con la Guerra Fría, la cual se desarrolla
luego del final de la Segunda Guerra Mundial. No obstante, el mundo que nos rodea al momento de
escribir estas líneas denuncia, con una intensidad sin igual, que las más profundas raíces de la civilización
humana juegan un papel esencial en su configuración. En este sentido, el mundo de hoy refleja una
suerte de geología sociocultural de capas duraderas de historia que mezclan los efectos de las culturas
antiguas 4 con las olas de globalización que se han observado a lo largo de aquella y, desde luego, las
diversas rutas de las sociedades particulares hacia la modernidad planetaria actual (Therborn, 2012).
Con estos elementos en el tintero, en la figura 1 se puede observar un mapa conceptual que
permite visualizar los rasgos de la llamada Guerra Fría. Desde la Segunda Guerra Mundial, el viejo orden
que impuso este conflicto ideológico creó un mundo bipolar, comandado por las dos superpotencias
dominantes e incontrastadas, únicas poseedoras del arsenal atómico suficiente para destruir el
planeta varias veces, Estados Unidos de América (EE.UU), representante del capitalismo liberal y la
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), máxima expresión del llamado socialismo “real”.
Figura 1.
El viejo orden mundial: bipolaridad y equilibrios.
4 Se trata de las 6 culturas más importantes del mundo: sínica -lejano oriente-, índica -India-, oeste asiática -árabe-, europea -con su impacto en
América- y africana subsahariana).
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Nota. elaboración propia, con base en Silva (1976).
Lo esencial de este orden bipolar reside en su naturaleza estratégica maniquea, cuya facticidad
planetaria -por primera vez en la historia de las relaciones internacionales- y su locura nuclear creaban
un mundo de fuerzas que se regía por una lógica de suma cero para evitar la destrucción mutua,
y que ponía a la naciente Organización de las Naciones Unidas (ONU) en una situación de poder
subordinado. De esta forma:
En virtud de la amenaza extrema del exterminio de la humanidad y de la devastación total, la historia
se hizo verdaderamente mundial; todos los rincones del planeta, aún los más alejados, sufrirían las
consecuencias de una guerra nuclear, todos terminarían alineados, directa o indirectamente, con
alguno de los dos campos. La confrontación de los dos modelos de organización social, política
y económica, el capitalista y el comunista, moldeó así la vida internacional casi por completo; ella
fijó unas reglas de juego vigentes por varias décadas (Rojas D., 2004, p. 160)
En efecto, con fundamento en este terrorífico equilibrio estratégico mundial, como se puede
ver, emerge un sistema internacional muy verticalizado, en el que dos superpotencias ostentan el
poder supremo en el sistema. Al mismo tiempo, surgen zonas pétreas de equilibrio que llegan a ser
intocables entre ellas: para el Occidente capitalista, Europa central y del oeste, Oceanía y Japón; en
tanto, para el Oriente socialista, Europa del este, China popular y Corea del Norte (Ribera, 2006)
Las superpotencias terminaron respetando sus zonas de equilibrio mutuas -las dos Europas y
otros territorios del lejano oriente-, pero había más flexibilidad en el conflicto para pelearse las zonas
periféricas, muchas veces a sangre y fuego, como fueron los casos de Vietnam, Afganistán, Medio
Oriente -con el conflicto entre Israel, cuyo Estado patrocina EEUU, y los países árabes- y, desde luego,
Centroamérica. Hacia la última etapa de la Guerra Fría -el llamado periodo de distención-, desde
mediados de los setentas, EEUU le asestó un duro golpe a la Unión Soviética, cuando Kissinger, su
connotado Secretario de Estado, logra convertir al gigante asiático comunista, China continental,
en aliado norteamericano, al apoyarlo con un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU, darle
un contrapeso ante la URSS (con la cual el conflicto ya era muy notorio) y al fomentar la relaciones
bilaterales entre ambos países, cuestión que se selló con un apretón de manos entre Mao y Nixon
(Zapata, 2014).
La Guerra Fría tuvo momentos muy álgidos, sin embargo, cuando estas peleas se pasaban de
tono, como con la revolución cubana y el posterior incidente de los misiles soviéticos en ese país,
en la década de los sesenta del siglo pasado y, sobre todo, la llamada guerra de baja intensidad
en Centroamérica, un ajedrez en el que las superpotencias apoyaban gobiernos supeditados o
movimientos insurgentes domésticos, según fuera el caso, con la carne de cañón puesta por los
países controlados, desde luego, estas buscaban una negociación basada en los principios arriba
apuntados (Rojas F., 1990)
Como se observa en la figura núm. 3, la verticalidad geopolítica impuesta por el bipolarismo
nuclear de las superpotencias construyó un sistema internacional en el que la primacía de Estado
sobre los otros actores internacionales fue notoria y evidente (Hobsbawn, 1998). Está claro que la
dinámica internacional era claramente estatocéntrica, de tal suerte que la reducción de la complejidad
que le era ínsita ocurría de manera vertical: las superpotencias estatales marcaban el tablero, lo que
creaba un evidente realismo bipolar que se superponía a todo el sistema.
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Figura 2
El viejo orden mundial: características generales
Verticalidad
geopolítica
Primacía del
Estado
Geoterritorialidad
Realismo bipolar
Normativismo
político
Periferia
aplastada
Zona de
Equilibrio
Super
potencia
PeriferiaPeriferia
Nota. elaboración propia (2024).
Por su lado, la geoterritorialidad estratégica del realismo bipolar, que hablaba de un mundo
“predigital” y mucho menos complejo en relación con la vorágine que vivimos hoy, creaba un ajedrez
geoestratégico de carácter espacializado, en el que sus partes componentes no tenían conexiones
profundas y permanentes, menos en tiempo real como hoy ocurre, amén del desarrollo tecnológico
del planeta. Eventualmente, con la emergencia planetaria de los medios de comunicación de masas y,
sobre todo, de la televisión, el mundo bipolar se hizo más inteligible para estas, lo que empezó a minar
las bases estatocéntricas del sistema e incrementó el gradiente de complejidad que el bipolarismo
había imprimido al planeta y que se dispararía en el nuevo siglo con las tecnologías digitales.
El realismo bipolar, no obstante, puso de rodillas permanentemente al normativismo político
internacional encubado en la ONU, la cual debía bailar entre los dos actores dominantes del planeta
y su poderío militar (Ribera, 2006). En efecto, la tensión entre el realismo y el idealismo político
terminaba por inclinarse a favor de las superpotencias, cosa que se aprecia notoriamente en todos los
grandes conflictos entre ambas. Las Naciones Unidas tuvieron una existencia de creciente influencia,
pero con poca autonomía, y todo el engranaje organizativo del sistema dependía, en última instancia,
de los comandos emanados desde Moscú y Washington.
Como colofón, el viejo orden aplastaba las posibilidades de la periferia por caminar por sendas
más autónomas (Zurita, 2007) Aún y si las zonas de equilibrio vivían severas restricciones de parte
de las dos superpotencia, estas presentaban algún nivel de autonomía en función de su peso relativo
-económico, político y cultural- en el tablero planetario; empero, las zonas periféricas tenían muy
pocas posibilidades de lograr niveles de autonomía importantes y si acaso se puede hablar de
algunos márgenes de maniobra para algunos de sus países integrantes, en medio de las severas
constricciones estructurales en las que operaban, al punto de que si lograban desafiar a sus amos,
como en Vietnam, Afganistán o Cuba, lo cierto es que no hacían otra cosa que pasarse de bando.
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Al final, sus esfuerzos institucionales, como el llamado grupo de los Países No Alineados,
jugaban un ajedrez marginal que, llegado el momento decisivo, por convencimiento o por la fuerza,
implicaba un claro alineamiento.
2.2 El fin de la Guerra Fría y el tránsito hacia el NDM
Con la llamada Revolución Democrática de Europa oriental de 1989 y el eventual fin del imperio
soviético, este mundo bipolar pasó por una etapa de transición extendida que mostró características
transitivas, en efecto, pero que claramente apuntaban en la dirección que llegaría a tomar el NDM.
La revolución democrática tuvo como característica particular su empuje desde la sociedad civil de
los países de Europa del este “liberado” del socialismo, lo cual tenía como telón de fondo el desgaste
económico, cultural y político de las otrora sociedades del bloque soviético (Gunder, 1990)
Naturalmente, el corolario de esta crisis generalizada del mundo socialista fue el fin de su
deteriorado centro de poder fundamental: en 1991, el imperio soviético se derrumbó en pedazos,
de nuevo mediante una “revolución pacífica”, alimentada por la Perestroika de su último premier,
Mijaíl Gorbachov, un conjunto de reformas al sistema que pretendían salvarlo, pero que terminaron
detonando su desplome (Zubok, 2007). La implosión del imperio soviético no implicó la caída de todo
el socialismo “real”, pues, de hecho, China continental no solo no cayó, sino que con su alianza con
Occidente desarrolló su propio modelo, en una suerte de “capitalismo socialista” controlado por el
Estado, que lo llevaría hacia el desarrollo industrial y tecnológico avanzado, en tanto Cuba y Corea
del Norte seguirían sobreviviendo su subdesarrollo en medio del panteón comunista.
Semejante ruptura del ajedrez mundial creó un vacío de poder transitorio que, desde luego,
terminó llenando el jugador ganador de la guerra, los Estados Unidos (Hobsbawn, 1999) Tal y como
se aprecia en la figura 3, el verticalismo se mantuvo mediante una geopolítica unipolar, en la que
EEUU aparece como el ganador de la batalla ideológica; empero, ahora, cual “perro guardián” del
mundo, tenía que lidiar con las mucho más calientes guerras nacionales y regionales que eclosionan
con el fin del bipolarismo gélido.
Figura 4.
¿Hacia el Nuevo Des(orden) Mundial?: etapa de transición
Bloques
regionales
EEUU
Periferia
Perro policía
Rusia
Unipolaridad política
Bipolaridad estratégica
Multipolaridad
económica
Nota. Elaboración propia (2024).
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Por su lado, Rusia, ahora transitando dramáticamente hacia un capitalismo liberal postergado
en su historia, mantiene su preeminencia atómico-militar, por lo que, en este plano, la etapa de
transición sigue manteniéndose en un bipolarismo estratégico claro, aunque con potencias regionales
en ascenso que, eventualmente, mostrarían sus dientes atómicos ante la incrédula mirada de todo
el planeta. De esta forma, durante la transición, el unipolarismo político sigue coexistiendo con el
bipolarismo estratégico, pues mientras Rusia cruza por el descalabro socioeconómico de desmantelar
la planificación central soviética en beneficio del capitalismo liberal ruso, sus arsenales nucleares se
mantienen en el tablero, cuando menos como credenciales de que su poder no se había acabado
con el fin de la Guerra Fría.
A la larga, la persistencia de esta bipolaridad demostró que el triunfo de Washington sobre
Moscú tenía raíces más profundas que lo meramente militar:
De hecho, el poder militar soviético -y el temor que este inspiró en Occidente- por mucho tiempo
obscureció la asimetría esencial entre los dos competidores. Simplemente, Estados Unidos era
más rico, tecnológicamente mucho más avanzado, militarmente más resiliente e innovador y
socialmente más creativo y atractivo. Las limitaciones ideológicas también minaron el potencial
creativo de la Unión Soviética, lo que hizo su sistema incrementalmente rígido y su economía
derrochadora y tecnológicamente menos competitiva (Brzezinski, 1997, p. 8) 5
En los albores de este periodo de transición, el perro guardián del mundo ladra por primera vez,
con todo su poder tecnológico y militar, cuando Irak decide invadir Kuwait en el Golfo Pérsico. La
invasión encabezada por Sadam Husein, dictador iraquí que reclamaba a Kuwait como parte del
territorio histórico de su país, fue el movimiento de una nación periférica que buscaba aprovecharse
de los torbellinos y vacíos del fin de la Guerra Fría. Estados Unidos no hace esperar al auditorio
mundial y con un fuerte golpe de mesa encabeza la “liberación” multinacional del golfo, para proteger
“el derecho internacional” en la retórica pública y, desde luego, para sentar cátedra sobre su peso
político en la región y el mundo, así como para proteger sus intereses económicos en la muy rica
nación petrolera liberada (Hobsbawn, 1998)
Con ambos elementos geopolíticos aparece una multipolaridad económica y se gestan bloques
de intercambio comercial en un mundo que, ahora, le consiente a la periferia buscar sendas de
crecimiento que la frialdad de las antiguas restricciones del viejo orden no permitía. No obstante,
no se debe caer en la ilusión de que el poder económico de EEUU, amasado desde que se integró
al capitalismo mundial, consolidado durante la primera mitad del siglo XX y amplificado durante la
Guerra Fría, se diluye en medio de esta multipolaridad.
De hecho, al finalizar el milenio anterior, las 500 empresas Fortune de los Estados Unidos tenían
activos totales que superaban en un 160% al Producto Nacional Bruto (PNB) norteamericano y su
valor combinado de mercado creció en 121% entre 1992 y 1995. De esta forma, las empresas
transnacionales americanas crearon un modelo de producción y distribución de bienes y servicios
ampliamente descentralizado en todo el planeta, mientras el control sistémico de esa producción,
mediante el acceso a recursos financieros casi ilimitados y al control de la innovación tecnológica,
se concentra en un conglomerado pequeño de empresas de sede estadounidense (Salbuchi, 2003)
La multipolaridad, por lo tanto, opera mediante una savia planetaria de recursos (financieros,
tecnológicos, humanos, de capital fijo, etc.) que continúa bajo el control norteamericano durante
5 Traducción libre del inglés.
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esta etapa, pero que se asienta sobre un conjunto de mercados regionales que afianzan bloques
comerciales para fortalecerse internamente, tales como la Unión Europea, América del Norte y
Japón, seguido por los tigres asiáticos del lejano oriente (Mora, 2008). De esta forma, durante la
transición, el llamado Tercer Mundo parece diluirse en esta economía de bloques económicos con
alta concentración de recursos:
Así, económicamente hablando, la economía internacional no puede considerarse más como
dividida simplemente entre un Primer Mundo que concentraría la mayor parte del producto
industrial, lo mismo que su comercialización, y un Tercer Mundo que estaría ligado al primero
como productor de materias primas, pero con un sector industrial apoyado por su mercado
interno, por ejemplo, en la sustitución de importaciones (…) Hoy el Tercer Mundo incluye las
economías de mayor crecimiento industrial, y la industria más orientada a la exportación. Ya al
final de los años ochenta, más del 37% de las importaciones de los Estados Unidos venían del
Tercer Mundo y casi un 36% de sus exportaciones iban a este último (Hobsbawn, 1999, p. 9)
Como es lo propio en toda transición histórica, sus características preforman los desarrollos
posteriores de etapas más estables. Por eso, durante esta fase ya aparece China popular, poco a
poco, como un gran dragón económico, mientras India y Brasil empiezan a despuntar en cuanto a
su crecimiento productivo y comercial, aunque no en su desarrollo humano, anclado aún el “tercer
mundo” del viejo orden. Por su lado, Europa sueña con la unión que nunca había logrado, EEUU busca
consolidar la región norte de “su” continente y Rusia trata de sobrellevar el caos de la transición con
sus lazos históricos en la antigua Unión Soviética y Europa oriental. El mundo aparecía bloqueado,
al estructurarse en bloques económicos regionales nutridos por capitales apátridas, que buscan
aprovechar el maremágnum del nuevo des(orden) en ciernes.
3. La emergencia del Nuevo Des(orden) Mundial
Aún y si los periodos históricos son iterativos y no se pueden definir como si la Historia fuera una ciencia
exacta, lo cierto del caso es que la fase de transición de la que hemos analizado sus características
generales se puede ubicar entre el fin de la Guerra Fría y el inicio del nuevo milenio, particularmente,
el primer lustro. En la presente sección trataremos de desentrañar las características fundamentales
del Nuevo Des(orden) Mundial y plantearemos sospechas de investigación para promover futuras
investigaciones.
3.1 Grandes tendencias del NDM
Como es lo obvio, el origen del Nuevo Des(orden) Mundial debe rastrearse desde el periodo de
transición que se ha elucidado. En esta perspectiva, es posible señalar que este fenómeno tiene
su génesis a partir de la crisis ocurrida en el centro de poder heredado más importante del viejo
orden, los Estados Unidos. Pronto queda claro que un “resfriado” político, económico o cultural
de uno de los grandes poderes del mundo generaría un efecto multiplicador muy rápido en todo el
sistema internacional, por causa de las redes de interdependencia compleja que articulan todas sus
operaciones (Zurita, Martínez y Rodríguez, 2009)
Los eventos del 11 de setiembre de 2001, en el que un grupo de fundamentalistas islámicos
estrellaron aviones en el Centro Mundial de Comercio de Nueva York y en el Pentágono del gobierno
estadounidense, y que representaron un claro atentado a la globalización encarnada por el “sueño”
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americano, a todas luces, constituye el parteaguas inicial de este NDM. Este acontecimiento, junto
con la burbuja bursátil de las empresas de alta tecnología norteamericanas -Dotcom6 -, motivó a la
Reserva Federal de ese país a mantener las tasas de interés a la baja, lo que terminó llevando a la
economía norteamericana y, con ella, a la de todo el planeta, hacia la burbuja hipotecaria financiera
del 2007 y 2008. Así, el exceso de gasto y endeudamiento de los estadounidenses terminó por hacer
explotar la burbuja y llevar a la potencia del norte hacia una crisis económica que implicó la quiebra
de históricas empresas bancarias de ese país.
Inaugurado el Nuevo Des(orden) Mundial con los eventos mencionados, es importante determinar
los cinco procesos empíricamente verificables que parecen definir el NDM contemporáneo, cuestión
que se ha resumido en la figura 4 y que parece orquestar la creciente complejidad que hoy se aprecia
en el mundo. La primacía del capitalismo mundializado es un aspecto que se entroniza en el sistema
internacional con el derrumbe estrepitoso de su competencia ideológica y fáctica, el socialismo
sovietista, y con la consolidación de una suerte de “capitalismo dirigido” en China popular, que puso
al mundo por la senda de un sistema económico homogéneo, al mejor estilo de las profecías de Marx
y Lenin.
La primacía del capitalismo mundial ha venido a modificar la ecuación en las relaciones entre los
Estados nacionales y los mercados, pues el mercado global ha tendido a caminar hacia una fuerte
desregulación, adobada con la firma de tratados de libre comercio bilaterales y multilaterales en todo
el mundo, lo que ha venido a implicar un claro debilitamiento de los Estados frente a ese mercado,
cuestión que se traduce en fuertes crisis fiscales por imperio de la reducción de los aranceles entre
los países. Este capitalismo, por otro lado, no ha terminado de resolver las enormes desigualdades
con las que evolucionó su lógica de acumulación de la propiedad, pues lo que ha traído es una
pequeña élite global que no pasa del 1% de la población del planeta que, sin embargo, es poseedora
del 50% de la riqueza mundial. Resulta sintomático que para el 2017 se concentra en 8 hombres,
la mayoría blancos, los cuales ostentan la riqueza del 50% más pobre de toda la población del orbe
(Gabilondo, 2019).
Figura 4.
El Nuevo Des(orden) Mundial: cinco procesos centrales del sistema internacional
Globalización
autoasumida
Cuarta
Revolución
Industrial
DDHH
Riesgos
amplificados
Capitalismo
mundial
Nota. Elaboración propia (2024).
6 Para una revisión general del fenómeno, véase CFI (2016).
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Con estos desarrollos se pasó a la etapa de una especie de globalización autoasumida en el
incesante proceso globalizante por el que ha caminado el mundo desde hace centurias, con el
descubrimiento de América (Therborn, 2012). Esta fase de la globalización se caracteriza por el
reconocimiento general de la facticidad incontrastada de su realidad, en lo económico, político y
cultural, que habla de un mundo realmente integrado que es capaz de observarse a sí mismo, en
todas partes, como una unidad en tiempo real: la humanidad ahora sí se siente viviendo en una aldea
global, en todo el sentido de la palabra.
La globalización es un aspecto esencial del NDM porque señala claramente el alcance planetario
que hoy día representa “vivir” en este mundo. Por ello, su concepto debe ser integral y multidimensional:
la globalización contemporánea constituye el proceso moderno de extensión del espacio
socialmente construido en cuyo interior se profundizan y complejizan las relaciones sociales
debido a la novedosa relación que establece la sociedad con el tiempo y el espacio. Con el
tiempo, a través del carácter simultáneo e inmediato que adquieren las relaciones, y con el
espacio mediante los procesos de comprensión espacial y las relaciones que se presentan entre
lo local, lo nacional, lo regional y lo global (Mora, 2008, p. 27)
La Cuarta Revolución Industrial (4RI) es la manifestación más reciente de esta globalización
autoasumida, la cual corresponde con un proceso disruptivo en lo tecnológico y en los demás
aspectos de la vida social que, desde el 2009, aproximadamente, a propósito del inicio del NDM, ha
reinventado la forma en que interactuamos entre nosotros y con el mundo que nos rodea. Sin ninguna
duda, esta 4RI tiene un impacto integral sobre todos los elementos de la vida individual y colectiva de
las sociedades, pues los profundos cambios disruptivos que han traído son realmente gigantescos y
apenas empezamos a ver sus efectos concretos (Schwab, 2016)
Biotecnología, robótica, conducción autónoma, Internet de las cosas, nanotecnología, impresión
en 3D y, desde luego, inteligencia artificial [IA] son las palabras claves de esta nueva revolución
que se impone sobre su homóloga, la tercera, relacionada con las tecnologías de información y las
comunicaciones [1975-2008]. Con la emergencia del teléfono inteligente, que nos reconstruye a los
humanos en una suerte de “pre-cyborgs”, por nuestra relación con este y el entorno que nos rodea,
podemos observar su rasgo más notorio en el mundo de la vida cotidiana hasta hoy: somos parte
del mundo, no solo de nuestro país o comunidad. A la vez y, a propósito de la IA y la robótica, esta
4RI anuncia un eventual masivo reemplazo de mano de obra humana por su medio (Sanchez-Urán y
García, 2020)
Los riegos amplificados generados por la modernización reflexiva, que implica la amplia
domesticación del mundo natural en manos de la tecnología y la industrialización contemporánea, y
que suben un peldaño más con la 4RI, ponen el equilibrio ecológico planetario de cabeza (Beck, 1998).
Por primera vez, esta modernización hace del ser humano un “aprendiz de brujo” que es capaz de
echar por la borda a la misma civilización, si su hechizo tecnológico e industrial se sale de sus manos:
el calentamiento global, y el paso hacia los cada vez más comunes eventos naturales extremos, con
horror nos avisan que tal vez hemos traspasado el límite tolerable para el balance del planeta que es
nuestro hogar. De esta forma, el NDM es un orden no solo caótico, sino, potencialmente, también
catastrófico.
Por último, la emergencia también global de los Derechos Humanos -DDHH- se entroniza en
las agendas políticas de los países con temas realmente variados y altamente explosivos, que nos
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señala una ruta de discusiones valóricas postmateriales que ponen de cabeza los procesos políticos
de los países, en diversos aspectos (Inglehart, 2000) religión, sexualidad, nacionalismo, etc. Con el
triunfo del capitalismo y la democracia liberal como único procedimiento político aceptable, y con
el fortalecimiento de los llamados nuevos movimientos sociales (NMS) en el mundo, se observa
un renovado interés de las élites políticas en unos DDHH que superan su enfoque heredado de la
Segunda Guerra Mundial.
En efecto, los llamados valores postmateriales han tenido particular importancia en el ámbito de
los DDHH, pues han alcanzado El Dorado político por medio de los NMS y el sistema institucional
de la ONU, sobre todo, por medio de los movimientos feministas, medioambientalistas y los de la
comunidad sexualmente diversa (Gabilondo, 2019). Estos han logrado conectar con unos DDHH de
“nueva generación” que, apoyados por las Naciones Unidas -sobre todo, por sus tribunales regionales-
y por las élites políticas de izquierda de los diferentes países, han ganado importantes batallas políticas
y legales como, por ejemplo, el reconocimiento de la protección ambiental como un derecho de salud
pública, la entronización del modelo de cuotas y paridad de género en la representación política o
la legalización del matrimonio diverso. Como colofón, la ONU viene ganando una mayor cuota de
autonomía, sin que ello implique que el realismo político está agotado, desde luego.
Por último, debe señalarse que la importancia de los DDHH en el NDM es patrocinada por la
entronización del procedimiento democrático como el modelo político por excelencia de la mayoría
de los países del orbe, sobre todo, desde la época de la transición de la posguerra fría ya analizada
en este artículo. No obstante, las debilidades del modelo democrático, más procesal que cultural, no
dejan una perspectiva muy halagüeña para los sistemas políticos del planeta y, sobre todo, para los
ciudadanos de sus países.
En el mundo islámico, por ejemplo, la llamada “primavera árabe” ocurrida entre 2010 y 2012,
no es otra cosa que una lucha de base de la ciudadanía de estos países, en contra de las élites
autocráticas y abusivas que siempre han sufrido sus pueblos, amparados en la democracia como
bandera simbólica de este notable arresto emancipatorio de esas zonas del planeta. No obstante,
su éxito ha sido más que moderado en países como Egipto y Tunez, y muy desgarradores con los
conflictos vistos en Siria y Yemen (Turner, 2012). Luego del 2012, esta primavera parece apuntar
más hacia un “invierno del descontento”, atizado por un retorno hacia el fundamentalismo religioso
islámico que deja a la democracia en una situación más que cuestionable.
3.2 El Nuevo Des(orden) Mundial
Hablar del Nuevo Des(orden) Mundial es reflexionar sobre hipótesis que solo las nuevas teorías y los
datos pueden confirmar o rechazar. En esta perspectiva, tal y como se señala en la figura 6, es posible
observar un sistema internacional que tiende a superar el verticalismo heredado de la Guerra Fría, por
una circularidad dinámica -como Luhmann (1997b) la vio en el sistema político hace tiempo- en el que
se observan tres estados dominantes que marcan los contornos generales del sistema.
De esta forma, el Estado sigue siendo un actor esencial del sistema internacional, pero deja de
tener simple primacía sobre el resto de los jugadores en el tablero, justamente, porque la complejidad
e interdependencia entre todos los factores que lo configuran en una suerte de caos ordenado, ya
no les permite semejante estatus. Esto se debe a distintos elementos que se conjugan en este NDM
y que apuntan, por un lado, a la existencia paralela una globalización por abajo, en el sentido de
que el capitalismo mundial tiende a conectarse con la individualización de la sociedad, es decir, la
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constitución del individuo como un actor clave de un sistema que tiende a desconectarlo de sus lazos
sociales, pero que, por otro lado, lo integra en su tromba globalizadora, en lo económico-comercial,
político y cultural, a escala planetaria (Alba, Lins y Mathews, 2015) 7
Figura 5.
El Nuevo Des(orden) mundial: interdependencia compleja ampliada
Nota. Elaboración propia (2024).
Del unipolarismo político de transición, el NDM se estructura en un tripolarismo de estados que,
ahora, tienen que compartir poder en el tablero político-estratégico mundial, en una dinámica circular
entre ellos. Durante la etapa de transición previa, el perro guardián que representó EEUU y que
mordió con fuerza durante la Guerra del Golfo Pérsico, empieza a domesticarse en términos de las
nuevas reglas del sistema y en medio de la profunda crisis socioeconómica, política y cultural que
vive. Después de las burbujas tecnológica e hipotecaria, así como del atentado del 11 de setiembre,
Estados Unidos lucha por recuperar las fuerzas al calor del eslogan “Make America Great Again”,
mientras otros estados aparecen con potencia en el tablero internacional.
La República Popular de China emerge claramente como el novel gran dragón económico y
político del lejano oriente, al convertirse en la nueva fábrica del mundo y al aportar como el nuevo
gigante tecnológico del planeta, al punto de pelear con su PIB al otrora incontrastado homónimo
norteamericano. Como la emergente superpotencia mundial, China empieza a mover sus piezas en
el ajedrez planetario y se convierte en un jugador clave que aumenta poder e influencia en todos los
continentes del mundo y, en particular, en América Latina, no sin generar conflictos y desencuentros
con EEUU (Zúñiga, 2023)
Este cambio estratégico planetario que, sin duda, representa la más determinante transformación
del NDM, desde el punto de vista del peso relativo de las superpotencias dominantes del planeta,
es visualizado por los mismos chinos con toda claridad. En el XX Congreso Ideológico del Partido
Comunista Chino, celebrado en 2022, las élites de la naciente potencia asiática dejaron en claro que
entre 2020 y 2035 ellos apuestan por la modernización socialista, mediante su desarrollo industrial y
tecnológico, a la vez que entre ese último año y 2050 no tienen empacho en afirmar que serán una
potencia socialista moderna, pujante, desarrollada y civilizada (Vargas y Ramírez, 2023). Queda claro
7 Compárese con Castells (1998) y Beck y Beck-Gernsheim (2003).
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que, con el fin del imperio soviético, el socialismo chino afirma que Marx, en la interpretación maoísta
de su exégesis, no está del todo muerto.
El viejo imperio ruso, por su parte, parece que no ha abdicado en sus arrestos imperialistas,
propios tanto de su etapa zarista, como de la soviética. Una vez que Rusia logra estabilizar su poder
económico, luego de consolidar su accidentada transición hacia el capitalismo liberal, ha retomado
con nuevos bríos su ancestral tendencia hacia el expansionismo político, justamente, cuando la OTAN
trató de poner cerco a Moscú frente a Ucrania, un país clave de los intereses nucleares y estratégicos
rusos. La intentona del organismo señalado llevó a Rusia a marcar su territorio mediante una invasión
a Ucrania, como su carta de presentación y puño sobre la mesa, para hacerle saber al mundo que el
NDM no se trata de un nuevo bipolarismo chino-norteamericano (Chomsky, 2017). En este sentido,
los rusos refuerzan relaciones con el mundo árabe y con algunos países contestarios del poder
norteamericano en América.
Muy de cerca, pero sin lograr las promesas que el fin de la Guerra Fría parecía depararle, la Unión
Europea pulula alrededor de estos tres, al aprovechar la enorme gravedad que su peso económico
combinado logra cuajar, pero con un perfil político más acostumbrado de lo que se creía al viejo
orden y, por ende, relativamente supeditado a la dinámica de las nuevas tres potencias mundiales. Lo
anterior, sin contar con sus muchos problemas internos, sobre todo, la crisis económica por la que
ha pasado y la cuestión de los inmigrantes de sus antiguas periferias asiáticas y africanas. El poderío
económico de la UE, de esta manera, no logró lidiar con sus propios problemas endógenos, no solo
en lo económico, sino en lo político y cultural también, como para colocarse en el tablero global con
la fuerza que se pudo haber augurado.
La Unión Europea ha pasado por fuertes crisis económicas que la han llevado por una senda de
altibajos en cuanto a su salud regional (Tapia y Astarita, 2011). La crisis de Grecia y, posteriormente,
la de Irlanda y Portugal, llevó a la UE por un sube y baja económico que puso en entredicho la salud
de su poderosa economía, toda vez que en varios países integrantes la sombra de la crisis no se hizo
esperar. Finalmente, el más claro golpe a la UE fue el llamado Brexit, la salida del Reino Unido de la
unión regional, luego de un referendo celebrado en 2016 y que se hizo realidad en 2021. La mayoría
de los análisis económicos sostienen que el Brexit le costará al Reino Unido un crecimiento 4% menor
de lo que hubiera logrado dentro de la UE, luego del golpe que representó la caída de un 10,4% de
su Producto Interno Bruto en 2020 (Rosas, 2024).
Japón, por su lado, sigue siendo una potencia económica en el mundo, pero mantiene un
perfil político bajo que, en lo tocante al NDM, le otorga el estatus de un glamoroso espectador de
las circunstancias. Los nipones han vivido problemas económicos de peso desde finales del siglo
pasado y los primeros tres lustros del presente, debido a un estancamiento económico que el Estado
desarrollista japonés no ha logrado superar, pese a sus esfuerzos, a la vez que la crisis fiscal siguió
creciendo (Tapia y Astarita, 2011). De esta forma, aún y si después de la Segunda Guerra Mundial
Japón pasó a ser un gigante económico y un enano político-militar, la crisis de su economía, a la
par del ascenso de los tigres asiáticos y de la China industrializada, le impidió aprovecharse de su
posicionamiento político en el contexto del NDM.
Junto a estos actores clave, aparecen una pléyade de jugadores que ahora tienen un margen
de maniobra mayor, al calor de la nueva circularidad dinámica del sistema (Therborn, 2012). Estos
jugadores van desde los organismos intergubernamentales, comandados por unas Naciones Unidas
que hacen de los DDHH su bandera principal; las otras regiones del mundo, con sus estados
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predominantes que tratan de hacerse oír, como Brasil en Sudamérica, India en Asia o las coreas
del lejano oriente; los organismos de una suerte de sociedad civil internacional en temas de los más
diversos, desde los ambientalistas y feministas, hasta los neonazis o los grupos conspiranoicos y, por
supuesto, las grandes corporaciones que, al calor de la 4RI, extienden sus operaciones desde las
petroleras clásicas hasta Tesla, Amazon y Google, y de paso por los negocios ilegales de la economía
criminal.
En este ajedrez internacional múltiple parecen ser los flujos de personas, bienes, servicios,
imágenes, poder, comunicación, información y tecnologías, potenciados desde el periodo de
transición previo, los que lubrican la dinámica del Nuevo Orden Mundial y, con ello, ponen a funcionar
la circularidad dinámica del interior del sistema (Castells, 1997). En medio de todos los pernos y
piñones que lo dinamizan, estos flujos nos presentan un nuevo mundo verdaderamente complejo y
caótico, solo metaestabilizado por la misma circularidad que enmarca su dinámica.
3.3 ¿Inteligencia artificial en un mundo des(ordenado)?
En desarrollo del NDM va aparejado a un cambio sustantivo que empezamos a presenciar en todo
el planeta y que rompe los moldes de la convivencia colectiva y, desde luego, la dinámica misma del
sistema internacional: la aparición de la inteligencia artificial (IA) en el contexto de la 4RI. Es un error
de bulto suponer que la IA corresponde con un asunto puramente tecnológico de las sociedades
actuales pues, como lo hemos hecho ver en este artículo, la 4RI representa un proceso que impacta
todos los aspectos de la vida en sociedad (Brynjolfsson, 2014).
En realidad, los cambios tecnológicos que estamos viviendo en el contexto de este NDM tienen
una profundidad tal en la vida colectiva del ser humano, que apenas empezamos a ver los primeros
esbozos de inteligencia sobre lo que realmente está pasando. Quizá, por el alto contenido tecnológico
que, obviamente, involucra a la 4RI y por el agresivo desarrollo de la IA, que nos está haciendo llegar
a la ciencia ficción más rápido de lo que pensábamos, se tiende a valorar el asunto en el puro nivel
de la técnica.
Una muy interesante aproximación al problema viene de la mano del reciente estudio desarrollado
por Mayer-Schönberger y Ramge (2019), investigadores que hablan de una reinvención de la economía
en la que el dinero empieza a perder importancia como mecanismo de coordinación económica, frente
a los datos y la información, lo que hace transitar al mundo de un capitalismo financiero -dominante
durante los dos últimos siglos- hacia un capitalismo de datos. En efecto, durante los últimos dos
siglos el dinero ha sido el medio -o código- funcional básico del sistema económico y, por lo tanto,
un aspecto de primera importancia para la sociedad. Lo anterior, debido al principio de congruencia
que establece que un cambio en alguno de los ámbitos funcionales de la sociedad, por ejemplo, el
económico, de suyo, genera cambios proporcionales en los demás sistemas sociales; por ejemplo,
en el sistema político y su medio funcional, el poder o, el sistema cultural y su medio, el lenguaje
(Jaguaribe, 1972)
De esta forma, es previsible que si el medio esencial del sistema económico del mundo está
mutando hacia un nuevo código funcional, el llamado Big Data, entonces, los cambios en el resto de los
sistemas deben ser mucho más que significativos. Lo que hace posible esto no son, necesariamente,
los datos o la Internet que los pone a fluir, sino la aparición de la IA que la 4RI permite. Justamente,
porque la información que circula en la red tiene la lógica del Big Data, solo la IA y el machine learning
son capaces de procesarlos para hacerlos inteligibles para las personas y, con ello, tiene la cualidad
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central de reducir una complejidad realmente gigantesca, caótica.
No es este el lugar para discutir semejante cambio con profundad, pues ello se nos sale ampliamente
de la escala. Lo cierto del caso es que mientras los bancos centrales dirigidos por humanos tratan
de controlar los caóticos vaivenes de la moneda clásica, la inteligencia artificial detrás del blockchain
“des-controla” -descentra- el flujo de las criptomonedas, que empiezan a competir con el dinero
tradicional y los bancos centrales. Así las cosas, este cambio tiene como correlato una transformación
fundamental del sistema internacional, a saber, que, de operar en el plano estrictamente espacial, con
estas tecnologías empieza a operar en el hiperespacio, por lo que el sistema, también, se digitaliza.
La tesis del principio de congruencia, que nos marca el terreno sobre el funcionamiento del
cambio estructural, sentencia que la emergencia del capitalismo de datos tenderá a transformar
radicalmente los contornos y dinámicas del sistema internacional. Determinar cuáles cambios
están operando es trabajo pendiente para los científicos sociales interesados en el tema, empero,
por ahora, con base en la figura 6, podemos avanzar la hipótesis de que la vieja geoterritorialidad
internacional comparte telón con una nueva territorialidad digital, un mundo “paralelo” pero primera
importancia, que juega un papel mayúsculo a la par del mundo físico y cuyas conexiones ya empiezan
a configurarse hacia una nueva generación de “realidad aumentada”, lo que incluye, desde luego, la
realidad internacional misma. Además, con la próxima generación de computadoras cuánticas y los
dispositivos incorporados al cuerpo humano para lidiar con este mundo digital paralelo, es previsible
que llegue a ser mucho más “real” de lo que creemos.
Figura 6.
El Nuevo Des(orden) Mundial: tendencias generales
Nota. Elaboración propia (2024).
Con semejantes cambios, el NDM aparece en todo su esplendor, por lo que es esencial tratar
de establecer sus tendencias generales para empezar a teorizar y comprobar o refutar con datos las
hipótesis sospechadas. El NDM parece caracterizarse por una circularidad dinámica geopolítica en
la que se observa una red de actores múltiples que juegan un ajedrez internacional al calor de las
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señales de poder que emiten los tres estados dominantes del sistema. Este nuevo realismo tripolar
parece lidiar con un renovado idealismo internacional, ahora con más margen de maniobra en un
mundo más descentrado y digitalizado, con un nuevo normativismo cultural articulado alrededor de la
defensa de una visión más posmoderna de los DDHH, desde las Naciones Unidas, aspecto que ahora
transita hacia una nueva generación de cuestiones que apuntan en diversas direcciones.
Todo este maremágnum de flujos de poder, dinero, mercancías, información, personas, imágenes
y datos, evidentemente, se asienta en un multiporalismo de bloques que tratan de integrar regiones,
sobre todo en lo económico, aún con los criptocapitales provenientes de las élites financieras del
mundo, a la vez que se empieza a cristalizar una nueva dinámica compleja entre la geoterritorialidad
histórica de las relaciones internacionales, y la nueva digiterritorialidad en la que la IA empieza a jugar
un papel importante.
Reflexiones finales: ¿Y América Latina?
Del NDM no escapa nadie y está claro que América Latina sigue siendo una zona del mundo más
supeditada que otras a los vaivenes del sistema internacional. No obstante, debido al cambio que se
observa en el nuevo mundo globalizado en el que vivimos, al promover una realidad más descentrada
que agita y fomenta la individualización de las personas y los actores colectivos, es posible ver
un mayor margen de autonomía entre todos los actores que participan de su dinámica: personas,
estados, corporaciones, organismos internacionales y sociedad civil.
Esto se debe a que el sistema internacional es más complejo e interdependiente en los procesos
sociales que dan vida a sus estructuras y que, ahora, se ven lubricados por las tecnologías de la
4RI y, en particular, por una inteligencia artificial que, a través de los teléfonos móviles, es capaz de
conectar y desconectar a los individuos del sistema al planeta entero, según sus preferencias y los
intereses de los demás,
Así las cosas, en el contexto del NDM para América Latina existen oportunidades que debe
aprovechar y amenazas que debe combatir. Entre las oportunidades, la descentralización que ofrece
el realismo político tripolar permite al continente negociar en un tablero con más actores y, por lo
tanto, desarrollar una mayor diversificación de sus relaciones con el resto del planeta y con las
potencias que tienen más peso. Además, el mundo digital le abre puertas importantes para promover
sus economías, sus relaciones políticas y sus intercambios culturales, ya que con la IA este mundo
se vuelve más accesible para los diferentes agentes que desean aprovecharse de sus bondades, al
auxiliar a los tomadores de decisiones en la reducción de complejidad creciente y caótica.
Entre las amenazas más importantes, este mundo descentrado también abre espacios para que
los agentes nocivos prosperen en las actuales circunstancias. Por ejemplo, el crimen organizado
tiene en las nuevas tecnologías una ventana para promover sus actividades ilícitas, desde el tráfico
de drogas, la trata de personas o la explotación sexual infantil. Asimismo, regímenes autoritarios en
nuestro continente y en otras latitudes pueden desarrollar sus posiciones antidemocráticas con más
facilidad, por los mayores niveles de autonomía que puedan llegar a tener frente a la opinión pública
y los medios de comunicación tradicionales y por el juego de actores más diversificado que existe.
De hecho, desde el punto de vista de la democracia, algunos cuestionan las tendencias cada
vez más autoritarias de los actores del sistema internacional, quizá como reacción a un mundo
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crecientemente descentrado: empiezan a pulular los populismos autoritarios en los sistemas políticos
y las luchas culturales por imponer una visión de mundo incontrastada se vuelve la tónica, en tanto
la misma tecnología, apalancada por la IA, parece promover la concentración de poder, información
y dinero en el nuevo tablero digital del capitalismo de datos.
Está claro que nos enfrentamos a desafíos imponentes para las próximas décadas, no solo en
Latinoamérica, sino en todas las regiones del mundo. Cómo se reflejará el crisol de todos estos
componentes en el mundo que veremos ascender en los años venideros, nos presenta escenarios
que nos generan interés y ansiedad de cara a los análisis que estaremos obligados a realizar. Habrá
que esperar una mayor calma histórica para llegar a conclusiones más cristalinas.
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