Núm. 78 (2020): OBJETIVOS DE DESARROLLO SOSTENIBLE: Construyendo nuevas rutas para las administraciones públicas

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Cuando el Comité Editorial determinó el contenido del volumen 78 de la Revista Centroamericana de Administración Pública, nadie imaginó en ese momento la pandemia mundial que se iba a generar desde la ciudad de Wuhan en China.

Hoy sabemos que el COVID-19 ha alcanzado a toda la humanidad y si muchos calificaron esta emergencia como una crisis sanitaria, hoy no cabe duda que es una crisis social en la plenitud del término. Abarca la economía, el medio ambiente y las estructuras de poder de cada país. Este, y no otro, es el entorno social y político que estamos viviendo en América Latina y el Caribe y que no podemos ignorar.

Por lo tanto, es válido preguntarse para el período post-CDV-19: ¿Qué tipo de sociedad emergerá? ¿Cómo se transformarán los gobiernos y las administraciones públicas? ¿Habrá convergencia en las políticas de desarrollo de los países o se acentuarán las divergencias? Son preguntas profundas con las que los estudiosos de la sociedad y la gestión gubernamental tienen que lidiar.

Porque si la Agenda 2030, que contiene los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), es una hoja de ruta para la lucha global contra la pobreza, el cambio climático y la desigualdad, hoy tenemos que admitir que esta Agenda debe ser revisada a la luz de las nuevas circunstancias. El mundo está cambiando rápidamente y aún no somos capaces de prever lo que nos depara el futuro.

En este sentido, me gustaría ofrecer tres reflexiones que podrían arrojar algo de luz sobre el debate en curso; la primera es que los diecisiete ODS deben ser necesariamente reformulados o, en todo caso, debe priorizarse su implementación. En esta línea, y en consonancia con la propuesta de autores especialistas en desarrollo y lo expresado por los propios organismos internacionales, la acción colaborativa del Estado y la sociedad debe centrarse en lo básico: agua, salud y alimentación.

Dado que la crisis posterior a la crisis del 19 está sacudiendo los cimientos de la convivencia y la armonía social, hay que atender lo primero. Lo cual se justifica si consideramos que con estos tres ámbitos de actuación cubrimos carencias que no esperan y que son vectores de enfermedades infecciosas y contagiosas, además de otras mortales.

Está claro que los más desprotegidos, sin defensas, mal alimentados, sin agua y saneamiento, o los que carecen de cobertura sanitaria universal, tanto física como mental, o la protección del medio ambiente no pueden esperar hasta 2030, por lo que las acciones tendrán que ser, además de urgentes, extremadamente precisas.

Como prueba de ello, veamos el inevitable empobrecimiento de las clases medias y el descenso de los pobres a la pobreza extrema. La tasa de desempleo ya ha comenzado a aumentar, como consecuencia del declive de las actividades productivas, lo que hará que en América Latina, por ejemplo, se pase de 185 a 220 millones de pobres a finales de este año.

Es probable que el hambre vuelva a aumentar en Asia, África y América Latina. A los problemas endémicos de la guerra, los enfrentamientos civiles, el cambio climático y la escasez de agua, hay que añadir la pandemia que está provocando la ruptura de los sistemas alimentarios y la reducción de los programas de ayuda internacional, en muchos casos. Además de la alteración de las cadenas de producción, transporte y distribución como consecuencia de la necesidad de minimizar el contagio y, por tanto, la aplicación de restricciones de movimiento y aislamiento obligatorio.

La segunda reflexión tiene que ver con la evaluación del aprendizaje social en la lucha contra la pobreza. Tras décadas de políticas públicas con plena o escasa participación de los Estados, deberíamos haber aprendido algunas lecciones. Y, para ser francos y directos, la gran mayoría de estas políticas y los cuantiosos recursos que se han utilizado simplemente no han dado los resultados esperados. Obviamente, ha llegado el momento de revisar profundamente los supuestos e instrumentos de las políticas tradicionales.

La cuestión del aprendizaje social para el desarrollo está vinculada a la de la gestión del conocimiento, que ha sido la piedra angular del trabajo del ICAP en los últimos años y que puede detectarse en el pensamiento y las acciones de su director y colaboradores. Así, la crisis puede, y debe, dar lugar al fortalecimiento de la investigación y la formación de los responsables de superar las carencias de los países de nuestra región.

La valorización del conocimiento acumulado en la formulación y ejecución de políticas públicas y la construcción de escenarios en el nuevo mundo "DC" (después de la COVID-19) se evidencia en la publicación del dossier institucional con medios de audio, que nuestra institución ha realizado bajo el título "Políticas Públicas en el mundo post COVID 19" y que puede ser consultado y descargado en este enlace.

Por último, y como sostenía el recordado economista del desarrollo Albert O. Hirschman (1915-2012) en su prolífica producción, el trabajo de los intelectuales comprometidos con el desarrollo debe ser siempre el de un "posibilista "i . Es decir, alguien que, sin certezas absolutas, se propone pensar en lo que aún no existe porque tiene derecho a la libertad. La libertad de explorar destinos que no están previstos por las leyes de hierro de las ciencias sociales o por las certezas de los gurús del "desarrollo equilibrado".

Subrayo el pensamiento de Hirschman precisamente porque el lector tiene ante sí, en esta publicación, una colección de escritos de exploradores "posibilistas" que comparten con nosotros sus pensamientos y experiencias en el trabajo del desarrollo sostenible. Estas líneas surgen de las mentes y los espíritus de investigadores y empresarios sociales que aportan generosamente sus ideas y experiencias.

Publicado: 2021-08-19

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